United States or Kyrgyzstan ? Vote for the TOP Country of the Week !


Los grandes cañones rugían con intervalos de grave pausa. Estas jaurías de acero gritaban incesantemente, sin abrir el más leve paréntesis en su cólera ruidosa, igual al rasgón de una tela que se parte sin fin. Las piezas eran muchas, los disparos vertiginosos, y las detonaciones se confundían en una sola, como las series de puntos se unen formando una línea compacta.

Así entendía él que servía a las Instituciones. Con rasgos como este fue haciéndose respetar poco a poco. Lo que es cara a cara ya nadie se reía de él. No le faltó perspicacia para comprender que el mundo daba mucho a las apariencias, y que en el Casino pasaban por más sabios los que gritaban más, eran más tercos y leían más periódicos del día.

Su rostro se contrajo con tristeza dolorosa, más que por la herida, por la amargura de un sacrificio sin gloria, por perder su sangre, no en la montaña frente á frente con el eterno enemigo, sino á la puerta de una iglesia, á manos tal vez de un sacristán, de uno de aquellos efebos católicos que, ocultos en las alturas, gritaban como mujeres aclamando á la religión y la Virgen.

No importa, guardadlo le contesté . Don Rodrigo lo tomó, y dijo: Lo guardaré como un testimonio de honra mientras viva, y después de muerto, si para entonces tengo hijos, se lo legaré como una reliquia . Todo esto fué dicho con respeto, en estilo cortesano, con dignidad y con un grave acento de lealtad; poco después sonaron bocinas y ladridos de perros, y voces que gritaban: ¡El jabalí! ¡el jabalí!

Todos clamaban se anticipaba su última ruina, gritaban descaradamente, que si no se les conducia al ataque, saldrian sin el Comandante: y ya obligado de tantas y tan repetidas eficaces insinuaciones que se aumentaron con el desgraciado suceso del Director, determinó para el 20 del mismo Febrero atacar á los indios de la Punilla.

Un viejo temblaba de fiebre. Había cogido unas tercianas en los arrozales, y sosteniendo el hachón con sus manos trémulas, vacilaba antes de meterse en el río. Entre, agüelo gritaban con fe las mujeres. El pare San Bernat el curará. Había que aprovechar las ocasiones. Puesto el santo a hacer milagros se acordaría también de él.

¡Cállate, «cuyano» del demonio! le gritaban los compañeros de alojamiento . Ya estás hablando otra vez de la difunta y de la plata.... ¿Es que mataste alguna mujer allá en tu tierra, antes de venirte aquí? Al día siguiente, Rosalindo estaba tan preocupado que no acudió al trabajo. Algo pasa que yo no se decía . ¿Habrán matado a ño Juanito, lo mismo que mataron al otro?...

Otros escribían comedias de sátira contra las costumbres de la aristocracia, que eran las suyas: obras teatrales en las que colaboraba el modisto con el poeta, y no había gran toilette que no tuviese su amor con un frac, que jamás era el del esposo. «Hay que flagelar», gritaban con expresión terrible. Y Maltrana pensaba sonriendo: «Está bien. ¿Y a éstos quién los flagela?...»

Cerca de ella, unos chicuelos gritaban lagrimeando también; pero de pronto parecían olvidarse de su dolor para mirar, como los demás, a la línea del horizonte, esperando la aparición de un prodigio. Eran la viuda y los hijos de Muiños. Hasta poco antes no habían conocido la noticia de su muerte.

Las jóvenes inclinadas sobre el carel de la embarcación sumergían con deleite las manos en el agua, dejándola deslizarse con ruido entre sus blancos dedos ceñidos de sortijas, charlaban, gritaban, reían y se apostrofaban de una embarcación a otra.