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Además, era justo que «el cuyano» lo indemnizara por los grandes perjuicios profesionales que iba á sufrir. Y enumeró todas las tabernas, llamadas «pulperías», y todas las casas «de remolienda» donde por la noche tocaba la guitarra cantando cuecas y relatando cuentos verdes.

¡Cállate, «cuyano» del demonio! le gritaban los compañeros de alojamiento . Ya estás hablando otra vez de la difunta y de la plata.... ¿Es que mataste alguna mujer allá en tu tierra, antes de venirte aquí? Al día siguiente, Rosalindo estaba tan preocupado que no acudió al trabajo. Algo pasa que yo no se decía . ¿Habrán matado a ño Juanito, lo mismo que mataron al otro?...

Pero ño Juanito protestaba de la cifra, juzgándola mezquina. Piensa que la difunta te está aguardando hace muchos meses. ¡A saber lo que llevará penado en el Purgatorio por no haber recibido tu dinero á tiempo! Tal vez le faltaban unas misas nada más para irse á la gloria, y se las has retardado.... Creo, «cuyano», que deberías rajarte hasta cincuenta pesos.

La misma persona empezó á reir cuando «el cuyano» le habló de la marcha audaz del viejo á través de la Puna de Atacama. Ya no tenía piernas ño Juanito para tales aventuras terrestres, y por eso sin duda había preferido embarcarse con dirección al Sur en uno de los vapores chilenos que hacen las escalas del Pacífico.

No añadas más decía . Desde aquí veo con los ojitos cerrados el rumbo que hay que seguir y la sepultura de la difunta, como si no hubiese visto otra cosa en mi vida.... Pero hablemos de cosas más interesantes, «cuyano».... ¿Cuánto piensas enviar á esa pobre señora? El gaucho, teniendo en cuenta lo que iba á costarle el mensajero, insistía en repetir un envío de treinta pesos.

mismo puedes ver cómo buscan en todas partes á ño Juanito, y eso te permitirá apreciar el dinero que pierdo por servirte.... Pero lo hago con gusto porque me eres simpático, «cuyano». Y el gaucho, convencido de que no debía insistir, se dedicó á juntar la cantidad acordada, para que el viaje se realizase cuanto antes. Al fin entregó un día los ciento cincuenta pesos á ño Juanito.

Escuchaba con impaciencia los detalles facilitados por Rosalindo, al que llamaba siempre «el cuyano», apodo que los chilenos dan á los argentinos.