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Actualizado: 13 de julio de 2025
Y si gritaban los otros, dejarlos: de pura envidia de no poder hacer lo mismo. ¡Válgame Dios! yo que te veía tan alto y te creía tan sólido, y ahora salimos con este escopetazo, ¡y es horrible, horrible, porque no daremos poco que hablar! ¿y las muchachas se conformarán en irse al Frigal ahora, Angelita, sobre todo? ¡qué desgracia, qué desgracia! Rompió a llorar.
Todos gritaban, reclamando para el diestro los honores de la maestría. Debían darle la oreja. Nunca tan justa esta distinción. Estocadas como aquella se veían pocas. Y el entusiasmo aún fue mayor cuando un mozo de la plaza le entregó un triángulo obscuro, peludo y sangriento: la punta de una de las orejas de la fiera.
Hemos estado escuchando por no faltar a la hospitalidad; ya mi paciencia se ha acabado y no toleraré que usted pronuncie otra sola palabra... Los demás clérigos se levantaron también, y pálidos y trémulos y clavando en nuestro sabio antropólogo miradas de indignación, gritaban agitando los puños: ¡Eso es!... ¡No debemos escucharle!... ¡A la calle!... ¡a la calle!
32 Unos gritaban una cosa, y otros gritaban otra cosa; porque la concurrencia estaba confusa, y los más no sabían por qué se habían juntado. 33 Y sacaron de entre la multitud a Alejandro, empujándole los judíos. Entonces Alejandro, pedido silencio con la mano, quería dar razón al pueblo.
Palmoteaban unos, retorciéndose de risa por lo inesperado del espectáculo; gritaban otros, entusiasmados por el vigor y la rapidez con que saltaban los objetos del buque al mar; corrieron los camareros para dar aviso de estos desmanes, y apareció el mayordomo lanzando gritos y poniéndose con los brazos en cruz entre la borda y los tiradores.
¡A las armas! ¡A las armas! gritaban por todas partes . ¡Eh! ¡Por aquí! ¡Mil centellas! ¡Que vienen! Cinco o seis disparos se sucedieron, iluminando los cristales envueltos en la obscuridad. ¡A las armas! ¡A las armas! Nuevos disparos se oyeron. La gente iba de un lado a otro, corriendo. La voz de Hullin, seca, vibrante, sobresalía dando órdenes.
Desde la sala se oía a lo mejor, detrás de las cortinillas de tafetán verde: Pepe que le doy a usted un cachete. Hola, hola, eso no estaba en el programa.... Niños, niños, formalidad. ¿Por qué no les da usted una luz, Visita? Señores, porque esos locos son capaces de quemar la casa.... Tiene razón Visita, tiene razón gritaban desde dentro Joaquín Orgaz o el Pepe de la bofetada.
Por el camino de Cádiz a la Isla no cesaba el paso de diversa gente, en coche y a pie; y en la plaza de San Juan de Dios los caleseros gritaban, llamando viajeros: ¡A las Cortes, a las Cortes! Parecía aquello preliminar de función de toros. Las clases todas de la sociedad concurrían a la fiesta, y los antiguos baúles de la casa del rico y del pobre habíanse quedado casi vacíos.
Las valentas donas, arrogantes y duras como buenas payesas, no gritaban ni huían a la vista de estos tres piratas enemigos de Dios y de los santos. Con la tranca de la puerta mataban a uno, y luego se encerraban en la casa.
El estrépito de los coches y su número desusado sorprendían á los transeuntes, que se detenían, y al enterarse de que era boda gritaban riendo: ¡Vivan los novios! Y los de la comitiva respondían con vivas aún más sonoros, golpeando al mismo tiempo con los bastones hasta romperlos.
Palabra del Dia
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