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Magdalena lanzó un grito de alegría y Amaury cayó de hinojos. Mas de pronto levantose porque acababa de ver que Magdalena vacilaba y estaba a punto de desplomarse. El señor de Avrigny se apresuró a acercar una butaca en la que Magdalena se dejó caer más bien que se sentó, porque, en efecto, sentíase desfallecer por momentos.

¡Casar a su hija de usted con Miranda! gritó enarcando las cejas y colérico y descompuesto . ¡Está usted loco! ¡El mejor ejemplar de raza que de diez años a esta parte encontré! ¡Una niña que tiene glóbulos rojos en la sangre, bastantes para surtir a cuantas muñequillas anémicas se pasean por Madrid! ¡Una estatura! ¡Un equilibrio! ¡Unos diámetros!

Me encolerizaba con Fenella, porque le decía cosas verdaderamente muy duras, y en el momento en que se escapa por la ventana, detuve mi lectura para exclamar. ¡Ah, tontuela, un hombre tan delicioso! Al pronunciar estas palabras levanté los ojos, y lancé un gran grito al ver al cura de pie, delante de . Estaba cruzado de brazos y me miraba estupefacto.

Volviose Lucía con la rapidez de un muñeco de resorte, y batiendo palmas, gritó como una loca: Muchas gracias, muchas gracias, señor de Artegui. ¡Ay!, ¿pero se queda usted de veras? Estoy fuera de de contenta. ¡Qué gusto, Dios mío! Pero... dijo de pronto reflexionando , ¿puede usted quedarse? ¿No le cuesta ningún sacrificio? ¿No le molesta? No respondió Artegui con faz sombría.

Don Melchor no quiso convenir en ello: discutió, gritó, se enfureció. Se conocía, no obstante, que deseaba aturdirse. Las razones de Gonzalo le trabajaban en el alma y se la llenaban de amargura. Últimamente, ya se batía en retirada. Pedía tan sólo que se aplazase el lance; que se fuese a viajar una temporada, y si a la vuelta persistía en batirse, lo hiciese.

La espuma tiende una especie de puente de plata a través del río, y la corriente se desliza tranquila a sus pies. De vez en cuando, el dulce viento de la noche les trae sonidos amortiguados de la música; al gruñido monótono del timbal se mezcla el grito sordo del alcaraván. De pronto, Gertrudis se estremece. ¿Qué tienes? Tengo frío. Retira inmediatamente el pie del agua.

No era muy escrupuloso el Marqués en materia de moral privada; pero una noche había entrado palpando las paredes para atravesar el salón y llegar al gabinete, cuya puerta estaba entornada; su mano tropezó con una nariz en las tinieblas, oyó un grito de mujer estaba seguro y sintió ruido de sillas y pasos apagados en la alfombra.

Y del fondo de su espíritu caviloso y triste salió un grito que dominó todas las emociones, todas las ideas y deseos. ¡Vivir! Vivir, vivir de cualquier modo que fuese; vivir sin placeres, porque el vivir es el mayor de todos.

¡Jesús! gritó la voz espantada de la hermana Casilda, que no se había desvestido aún. Cuando acudieron a la cama de Adriana, denunciada por sus compañeras, la vieron que dormía; una suave sonrisa flotaba en sus labios, como si su alma, soñando, hubiese volado a la región de sus éxtasis. Insensiblemente se fue adhiriendo a su espíritu la maldad viciosa, hostil a la antigua pureza de su corazón.

¡Juan...! ¡Juan! gritó doña Manuela avanzando un paso con ademán imponente, extendiendo las crispadas manos como si fuera a arañarle. ¿Qué hay...? ¿Qué quieres...? No me causas miedo. Los que somos honrados decimos sin temor la verdad.... Ya veo que has llorado, pero a no me engañan tus lagrimitas.