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¡Alejandro! gritó don Benito al cochero, a Palermo por el Bajo... El carruaje dio vuelta, y los caballos tomaron el trote largo a un simple chasquido del látigo de Alejandro.

Uno para , aquí tiene el peso y mostraba el billete hecho pelotón entre los dedos. El interpelado, después de mucho rato, y aturdido probablemente por los gritos de Caparrosa, lo vio al fin trepado en la ventana y metiendo apenas la cabeza en dirección al zaguán y arrugando el boletín para tirárselo, le gritó: ¡Largá el peso!

¡Macha! gritó a su mujer. Acudió inmediatamente. Su faz era redonda y bondadosa; su cabello, descuidado, tenía un color impreciso. Llevaba en la mano un traje de niño, que ella confeccionaba. Bueno, ¿vas a comer? Voy a decir que calienten la comida; todo está frío. No, espera... Tengo que hablarte. Macha manifestó inquietud; puso sobre la mesa su labor y miró fijamente a su esposo.

La bahía está llena de trépang, y no quiero perder una carga que puede valernos veinte mil duros. En seguida, enderezándose sobre el castillo de proa, gritó: ¡Abajo las anclas y las velas! En aquel momento se oyó salir de entre las escolleras de la playa el mismo grito de antes. ¡Cooo-mooo-eee! ¡Todavía! exclamó el Capitán . ¿Es una amenaza, o estos tunos tratan sólo de asustar a mis hombres?

¿Y ahora? ¿Qué dices ahora, Zapaquilda? ¿Dónde están esos hígados? ¿Dónde esas manos? Anda, bruja, pide perdón; si no, te dejo caer como una rana bramaba el cazurrón, zarandeándola en el aire. ¡Déjame, Manín! ¡Déjame, burro! ¡Habrá cochinazo! ¡Mira que grito! Al fin la puso delicadamente en el suelo.

La fuente del orgullo derramaba ahora por todo su cuerpo un goce inmenso y bravío. Sintió erguirse en la brisa, como una cresta de gallo, la pluma de su sombrero, y experimentó en los talones una extraña sensación de fuerza invencible. Hubiera querido lanzar, con toda su voz, hacia la luna, el grito de guerra de sus mayores.

; he descubierto un canal abierto a través de los corales. Esperemos un relámpago, Capitán. ¿Es un puerto eso que se llama atol? preguntaron Hans y Cornelio. Y de los más seguros respondió el Capitán . Si es, en efecto, un atol, veréis qué construcciones son capaces de hacer los corales. ¡Mirad! gritó Van-Horn.

El condesito tomó un palo que frontero a la cama y en lugar medio oculto tenía, y esgrimiéndolo de un modo alarmante por las costillas del ayo, gritó: Canalla, pedantón... Si dices una palabra... no te dejaré un hueso en su lugar. Esto no puede tolerarse dijo D. Paco, no ya enfurecido sino lloroso . ¡Dios eterno, y , Virgen Santísima del Carmen, tened compasión de !

Las hormigas que viajaban sobre las tablas se hacían raras; el movimiento cesaba en tierra, cuando por uno de los boquetes de la cubierta apareció la cara sudorosa y ennegrecida de uno de los contramaestres, quien, levantando en alto un candil, gritó con voz de trueno: «¡Du charbon, sang-Dieu!

Un grito de horror sale de entre aquel coro de ángeles, que se escapa como una bandada de palomas perseguidas por el halcón. ¡Los habían fusilado, en efecto! ¡Pero cómo! Treinta y tres oficiales, de coroneles abajo, formados en la plaza, desnudos enteramente, reciben parados la descarga mortal.