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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Por fin, habiendo hecho evidentemente todos los esfuerzos para articular una palabra y no habiéndolo podido conseguir, agarró al gitano por un brazo, y con el extremo de su anteojo, que temblaba en su mano de un modo espantoso, le designó un punto blanco que se advertía a la entrada del golfo. ¡Y bien! ¿qué es eso? preguntó el réprobo.

¡Vamos, valor, hijos míos! decía , Dios es justo y por su asistencia y la mía nos vemos libres de ese infernal gitano. ¡Cómo! preguntó el honrado Massareo , ¿está usted bien seguro, Santiago, de que el condenado está entre el número de los muertos? ¿Dónde quiere usted que esté, capitán? Con semejante tiempo no era posible salvarse a nado.

Ya se lo decía siempre al superior gritaba el fraile . Prevenga al señor obispo de que el condenado está a su servicio, y así él obrará en consecuencia. Nada... él ha querido ocultárselo, y he aquí lo que ocurre. Y dirigiéndose al gitano, le preguntó con inquietud: ¿Por qué haces alejar tu embarcación? ¿es que tendremos que abordarla a nado? ¿Y de qué nos serviría la embarcación ahora padre mío?

Y ella, la palomita sin jiel, la rosita de Abril, ¡tan buena siempre conmigo! ¡protegiéndome, como si fuese mi virgensita!... Cuando mi mare se enfadaba porque jasía yo una de las mías, ya estaba Mari-Crú defendiendo a su pobresito José María... ¡Ay, mi prima! ¡Mi santita dulce! ¡Mi sol moreno, con aquellos ojasos que paesían hogueras! ¿Qué no hubiese hecho por ella este pobresito gitano?... Oiga su mersé, señó.

Y Salvatierra, como si olvidase la presencia del gitano y hablara para él mismo, recordó su arrogante salida del presidio, desafiando de nuevo las persecuciones, y su reciente viaje a Cádiz para ver un rincón de tierra, junto a una tapia, entre cruces y lápidas de mármol. ¿Y era aquello todo lo que quedaba del ser que había llenado su pensamiento? ¿Sólo restaba de mamá, de la viejecita bondadosa y dulce como las santas mujeres de las religiones, aquel cuadro de tierra fresca y removida y las margaritas silvestres que nacían en sus bordes? ¿Se había perdido para siempre la llama dulce de sus ojos, el eco de su voz acariciadora, rajada por la vejez, que llamaba con ceceos infantiles a Fernando, a su «querido Fernando»?

Después de un momento de silencio, el gitano se pasó rápidamente la mano por la frente, como para desechar una idea penosa, y dijo sonriendo: Ahora que ya no podemos dedicarnos al contrabando y que nuestra escuadra ha quedado reducida a la mitad, ¿a dónde iremos, Blasillo? ¡A Italia, comandante!

Verá uté. Un día le preguntamos por su hermano, que estaba en Cádiz, y nos respondió, con una cara muy larga, que se había muerto. Todos lo creímos. Uté también lo creería, ¿verdad? Pues nada; por la tarde se dejó entrar diciendo que todo era mentira. Le hablaba por la reja. En esta misma ventana, ¡cuántas horas habré pasado hablando con él! ¡Me tenía encandilaíta aquel gitano!

¡Infierno! ¿es que la desgraciada se ha vuelto loca? exclamó el gitano, y quiso tomar una mano de la joven, pero este movimiento le arrancó un grito penetrante. Su fractura era viva y sangrienta. De pronto se oyó un ruido, al principio sordo y confuso, en la dirección de la puerta del jardín.

Por mi kangiar, joven, conoces el fuerte y el flaco del reducto, y, a fe mía, tengo deseos de... En aquel momento, un viejo negro de cabellos blancos, el único tripulante que no era mudo, descendió rápidamente, se lanzó hacia la habitación, e interrumpió al gitano.

Confesábase un gitano, ladrón empedernido y díjole el cura: ¿Qué harías, infeliz, si el Juez Supremo te llamara ahora al juicio? ¿Pues qué había de jacer?... ¡No dir!...

Palabra del Dia

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