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Actualizado: 21 de octubre de 2025
Generalmente los capitanes de los paquebotes ingleses son muy poco galantes, y muchos de sus oficiales son ordinarios en su educacion y sus modales. Unos y otros son muy intolerantes en punto á la hipocresía religiosa de los Ingleses sobre los domingos, y se nota que todos los marinos, desde el primero hasta el último, tienen muchas supersticiones, talvez incompatibles con el hábito del peligro.
Leto, después de una breve pausa, prosiguió: Yo no soy hombre de perfiles galantes; pero a mi manera, sé distinguir de colores; y por saberlo, tan pronto como tiré el clavel conocí que no debía de haberle tirado de aquel modo... ni de otro, por si usted lo había notado... y aunque no lo notara: siempre era una cosa muy mal hecha... El caso es que toda la tarde estuve preocupado con ello... porque, créalo usted, Nieves: un hombre, por despreocupado y modesto que sea, se resigna a pasar por bandolero antes que por ridículo delante de una mujer; y con esta preocupación, en cuanto pude, volví por el clavel: encontrele, y le guardé donde usted le ha hallado ahora, sin otro fin que reparar mi falta en lo posible y tener siempre conmigo la prueba de ello.
El duque, viejo alegre y algo librepensador, y dos amigos suyos, muy curtidos y versados en aventuras ligeras y galantes mortificaban de continuo a D. Jacinto, ridiculizando su honesto recato y urdiendo tramas y buscando ocasiones peligrosas en que de todo punto le perdiese. Conjurados para tan inicuo fin, buscaron el poderoso auxilio de La Caramba.
Era Magdalena, tocada en medio de una vida de frivolidades galantes y de locos escándalos por la sublimidad mística del arte y se arrojaba a los pies de El, del Maestro soberano, como el más victorioso de los hombres, señor del sublime misterio que turba las almas.
Sentáronse a la mesa en la hora de la cena; pero nadie probó bocado, absorbidos, quiénes en altas y graves ideas, quiénes en pensamientos frívolos y galantes... Y a las once en punto de la noche, presentábanse todos ante la escalinata de Palacio.
La Condesa de Alhedín tuvo con su hijo una larga conversación: le habló de la boda propuesta como de una gran dicha para su casa; como de un fausto suceso que merecería toda su aprobación, y trató de apartarle de los enredos galantes que le suponía, pintándole las delicias del hogar doméstico y repitiendo lo que otras veces había manifestado, de que ya era tiempo de que tuviese una familia, adquiriese otra gravedad y respetabilidad y emplease su vida y las altas prendas que Dios le había dado en asuntos serios, que redundasen en pro y mayor lustre de su nombre y en bien de su patria.
Y sabía también que, no obstante que en apariencia la obra política del rebelde absorbía toda su actividad, todavía disponía de tiempo para llevar una existencia llena de aventuras galantes, pasando de un amor a otro, recompensando con el dolor del abandono y la traición a las desventuradas incapaces de resistir a sus seducciones. ¡Y por ese rebelde sanguinario, por ese indigno don Juan, se había dejado seducir la Condesa d'Arda!... Pero, en fin, ¿habría la Condesa querido morir, para no presenciar la ruina de sus sueños de amor fiel, o había sido asesinada por el Príncipe y la nihilista?
Por el medio cruzaban á cada instante buhoneros, tenderos, vendedores de vino y sidra que, alojados ya en las casas de algunos vecinos, llevaban sus mulas á beber al río. Y entre las mozas trashumantes y los jóvenes indígenas se cambiaban frases más ó menos galantes y bromitas más ó menos ingeniosas.
Cuando leemos estas poesías, nos imaginamos entrar en un mundo poético completamente nuevo, en una galería infinita de cuadros de afectos y de esfuerzos humanos, de amor y de odio, de alternativas y cambios de fortuna. ¡Qué variedad de sucesos tan rica é interesante, y cuán poderosamente encadenan nuestra atención! ¡Cuánta gracia y cuánta dulzura en las escenas galantes y amorosas! ¡Cuánto ingenio resalta en las burlas! ¡Qué maravillosa diversidad en los juegos del acaso, y en los infinitos cambios que produce! ¡Cuánta corrección en los contornos de todos estos cuadros, sin omitir un solo rasgo! ¡Qué luz tan brillante, qué fuego en el colorido!
Nosotros, marinos viejos, marinos galantes, la celebrábamos de reina y no la admiramos de esclava. Seguramente, no; el mar entonces no era tan bueno como hoy, ni tan pacífico; pero sí más hermoso, más pintoresco, un poco más joven. La belleza del mundo y del mar dependía en gran parte de su rutina y de su inmovilidad.
Palabra del Dia
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