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Actualizado: 21 de octubre de 2025
Al principio, en sus largas conversaciones con Fernanda, aparecía sereno, galante, no perdonaba medio de demostrar a su ex-novia su admiración y rendimiento. De repente comenzó a perder el aplomo, a huir todo asunto relacionado con sus propios sentimientos, a evitar las frases galantes. Fernanda no se equivocó.
Quien las posee no inspira desconfianza, aunque tarde en pagar la cuenta de la semana... Los empleados de las fronteras se muestran galantes: no hay pasaporte más poderoso. Las señoras altivas se ablandan con su centelleo á la hora del té en los halls donde una no conoce á nadie... ¡Lo que yo he sufrido para conseguirlas!... Arrostraría el hambre antes de venderlas.
Muy pronto tranquilizada por la reserva llena de dignidad de la empleada de Correos, había prescindido de todo temor quimérico, juzgando que las menores intentonas galantes serían rechazadas con pérdidas. Por lo demás, Neris no manifestaba a la joven más que un interés paternal, justificado por el recuerdo de sus relaciones con el comandante.
Cosa más rara aún: en igualdad de méritos, estaba por las españolas antes que por las extranjeras, y no incurría jamás en la vulgaridad cursi de decir que no podían vivir en España los hombres cultos. Se referían de él grandes hazañas galantes, y podrían ser ciertas; pero no era su boca quien lo confirmara, ni con un gesto.
En torno de su cabeza retocada por la tintura y el colorete, parecía flotar con un nimbo aquella leyenda de triunfos galantes que evocaba su nombre. Las grandes damas disputándosele con sorda guerra; una reina escandalizando a sus súbditos con su ciega pasión por él; dos divas eminentes vendiendo sus diamantes por conservarle fiel en fuerza de regalos.
Palabra del Dia
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