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Actualizado: 25 de junio de 2025


Uno he visto aquí dijo don Cleofás , entre los demás compañeros, que le he deseado cruzar la cara, porque me galanteó en Alcalá una doncella, moza mía, que se enamoró dél viéndole hacer un rey de Dinamarca.

Gente es la de Méjico rica y ociosa, dada al galanteo e inclinada a las malas costumbres; y como si don Francisco hubiese querido remediar el yerro en que, casándose conmigo, había dado, abierto había nuestra casa a los saraos y a los festines, y no parecía sino que para convidarlos a ellos buscaba a los caballeros más jóvenes, y más galanes, y más ricos; y de tentaciones me rodeaba, sin apartar de la vista, y aguzando la experiencia que le habían dado sus largos años de judicatura, todo por ver si yo a alguno me inclinaba, que pudiese, libre ya y viuda, amándome, por su amor venturosa hacerme.

Atraídos uno hacia otro, se sentaban en los escabeles de hierro, olvidándose la mujer del galanteo escuchado la víspera, y el hombre del libro que le acompañaba. La reseña de un baile o la noticia de otro, el proyectado enlace de una amiga, un cuento de la villa, lo que dijo una visita, un pensamiento de caridad, servían de motivo a las conversaciones.

Transcurrieron algunos días. El enojo de D. Jaime por el desaire recibido fue creciendo. En su interior no daba toda la culpa a Rosa; hacia partícipe a su hermano por haber tolerado el galanteo de Andrés una porción de meses con señales de no disgustarle. Después, pensaba que Tomás no había hecho lo bastante por complacerle, no había obrado con suficiente energía para rendir a Rosa a recibirle por esposo. Porque si bien era verdad que la castigaba, y a veces cruelmente, estos castigos quedaban desvirtuados por el efecto de consentirla pasar tardes enteras con su amante en el molino; y aunque últimamente habían cesado estas visitas, todavía no usaba con ella de la debida vigilancia, porque en todas partes y a todas horas se veían y se hablaban, de lo cual era testigo el pueblo.

Y Conchita se alejó con ruidoso taconeo, al mismo tiempo que Fernando, atraído por los ojos claros de Mrs. Power y su sonrisa entre amable e irónica, iba hacia ella, acodándose en la baranda para entablar el segundo galanteo del día.

A la hija la pretendió un abogadete poco aprensivo; la pretendida le quiso y llegó a casarse con él; al poco tiempo de casada la galanteó un coronel muy guapo: a ella le gustaba mucho el coronel, que era mejor mozo que su marido; y porque le gustaba y estaba muy hecha a considerar, en el ejemplo de su madre, que el ser mujer casada no impide enamorarse de otro más, aceptó los galanteos del coronel, el cual desorejó en un duelo al abogado ofendido, por habérsele quejado éste de la ofensa.

Los había de diferentes cuartones. Hasta de San Juan, en el extremo opuesto de la isla, vendrían mozos para cortejar a Margalida. Pep, a pesar de su falso gesto de padre intratable, enrojecía y apretaba los labios con mal disimulada satisfacción, mirando de reojo a los amigos sentados junto a él. ¡Qué honor para Can Mallorquí! Nunca se había conocido un galanteo como éste.

La voz del Cantó lloriqueaba hablando de una mujer insensible a sus quejas; y al comparar su blancura con la flor del almendro, todos volvieron la vista a Margalida, que permanecía impasible, sin rubores virginales, habituada a estos homenajes de burda poesía, que eran el preludio de todo galanteo.

Este galanteo nada tenía de extraordinario dentro de las costumbres de la isla, pero no obstante, producía en Febrer sorda cólera, como si viese en él un atentado y un despojo. La invasión de Can Mallorquí por la atloteria bravucona y enamorada mirábala como un insulto.

En la cocina de Can Mallorquí, los pretendientes de Margalida formaban una masa de alpargatas enlodadas y cuerpos humeantes por la evaporación de sus ropas húmedas. Esta noche el cortejo sería más largo. Pep, con aire paternal, había permitido a los atlots que esperasen después de pasada la hora del galanteo. Sentía lástima por aquellos muchachos, obligados a caminar bajo la lluvia.

Palabra del Dia

rigoleto

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