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»Amigo mío; aquí también hay una especie de alta sociedad, y se pasa el rato alegremente en conciertos, fiestas y representaciones. Los romances moriscos que recita aquella vieja que parece exacto traslado de la tía Fingida, y en efecto lo es, han producido en mayor sensación que las fanfarronadas de todos los cómicos modernos.

Entró de revistero en un periódico, y con ocasión de los saraos, banquetes, funciones de teatro, corridas de toros y toda laya de fiestas públicas y privadas, comenzó a soltar de la pluma un millón de lindas frasecillas ingeniosas y acicaladas, que no había otra cosa que alabar entre las damas.

Pero el deseo de la Reina no se cumple sino a medias porque el Conde-Duque que, contra lo que ella quería, le acompaña, logra que el viaje se haga con lentitud. Van a Aranjuez por Alcalá, detiénense para fiestas en Cuenca, cazan en Molina y llegan por fin a Zaragoza.

Y esto dicho, salieron de su acuerdo él y los demás señores, los cuales se fueron cada uno á su posada, donde comenzaron á dar órden á sus fiestas, que ya habeis oido que dende á treinta dias habian de comenzar; los cuales treinta dias pasados, hicieron su fiesta en la manera que habeis oido; y dende entónces lo continuaron hacer en la manera ya dicha, hasta este año en que estamos de mill y quinientos y cincuenta y un años.

Asustados de su audacia y viendo cada vez más lejano el término de la excursión, emprendieron el regreso a Sevilla lo mismo que habían venido; pero desde entonces tomaron gusto a los viajes a escondidas en el ferrocarril. Dirigíanse a pueblos de poca importancia en las diversas provincias andaluzas cuando oían vagas noticias de fiestas con sus correspondientes capeas.

Y fue muy buena por cierto la comida, porque Masicas no hacía sino lo que quería Loppi, y Loppi estaba pensando en cuando la conoció, que era como una rosa fina, y no le hablaba del miedo. Pero al otro día no le hizo Masicas tantas fiestas al morral de pescados. Y al otro, se puso a hablar sola. Y el sábado, le sacó la lengua en cuanto lo vio venir.

Remontaba el curso de su existencia. ¡La sorpresa, la cólera ante esta jugarreta cruel del amor, que había venido á interrumpir sus mejores años!... Su indignación fué semejante á la de los ciudadanos de la antigua Grecia que se amotinaron al saber que estaba encinta una cortesana considerada como una gloria nacional, una beldad que las muchedumbres venían á ver de muy lejos cuando se exhibía desnuda en las fiestas religiosas.

El lunes y martes continuaron las fiestas, siendo memorable la justa á que concurrió el 1.º de estos dias el Conde de Cortés hijo del Rey de Navarra, con nueve caballeros armados; con sobrevistas y cimeras azules, y soles muy ricamente dorados, llevando todos una misma librea, y haciéndose admirar por su destreza.

Mamá Delfour, siempre vestida de negro, con el aire grave y reflexivo de una mujer que conoce el precio de la vida, presenció impasible las invenciones de la recién llegada: fiestas orientales que alborotaban el tranquilo hotel; tés danzantes; túnicas de lino transparente, estrechas como fundas y con enormes flores de realce, en las que encerraba su magra desnudez.

En un ángulo de la plaza estaba la tribuna de la música, un tablado bajo, cuyas barandillas acababan de cubrirse con telas de colorines manchadas de cera, como recuerdo de las muchas fiestas de iglesia en que se habían ostentado. ¡Música...! ¡músicaaaa! gritaba la gente. Y los músicos, azorados por el vocerío, iban hacia el tablado abriéndose paso en la muchedumbre.