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El pájaro verde Parsondes El bermejino prehistórico o las salamandras azules Asclepigenia Gopa Santa Hubo, en época muy remota de esta en que vivimos, un poderoso Rey, amado con extremo de sus vasallos, y poseedor de un fertilísimo, dilatado y populoso reino, allá en las regiones de Oriente. Tenía este Rey inmensos tesoros y daba fiestas espléndidas.

La primera tertulia de la marquesa de Torrebianca terminó después de media noche, hora inusitada en aquel destierro. Solamente ciertos sábados, en que los trabajadores recibían la paga de medio mes, llegaban á horas tan avanzadas las fiestas en el boliche del Gallego.

Se hicieron fiestas por el nacimiento de Felipe IV; que consistieron en una mascarada compuesta de 12 cuadrillas al mando de los caballeros don Diego Ortiz de Zúñiga, 24; Sebastián de Casaus, Fernando de Saavedra, Pedro de Tapia, Antonio Petruche Provincial de la Hermandad, Juan de Arguijo, 24, Juan Pérez de Guzmán, Ldo. don Juan Ponce de León, don Bartolomé González Delgadillo de Avellaneda, Asistente, Luís de Miranda, 24, señor Duque de Alcalá.

Estas las refieren practicadas nuestros cronistas en la coronación de Doña Maria de Luna, hija del Conde de Luna, esposa de D. Martin, el cual se coronó el 13 de Abril de 1399, y el martes de la semana siguiente principiaron las fiestas de la coronacion de la Reina, concurriendo á la ALJAFERIA los mismos que habian asistido á la coronacion de su marido, é iguálmente varias nobles dueñas y doncellas de la ciudad en gran número, como dice Carbonel.

Estos comen bien, duermen todos en cuatro camas, representan de noche, y las fiestas de día; cenan las más veces ensalada, porque, como acaban tarde la comedia, hallan siempre la cena fría.

Yo pensaba y pensaba: «Pero, señor, ¿qué falta aquí, qué falta?» Y no caía. Es claro: falta la presidenta. Por eso no hay fiestas, ni recepciones, ni nada. Está resultando esto más triste y más lúgubre que una capilla protestante. Se dice que los del gobierno son lo más ahorradores apunta Petrona. ¿Y para qué quieren la plata? Todos los ahorradores son gente muy triste agrega Margarita.

Ella lo haría todo, ¡y con qué placer! se la presentaba la ocasión de pagar esa deuda, imposible de saldar jamás, del hijo con el padre, de pagarla en la moneda del cariño, de la abnegación, del sacrificio, única moneda válida para tales deudas. ¿Qué la importaban el lujo, las fiestas, la vanidad de la posición perdida?

El único que protestó fué Labarta. «¿Marino?... Sea en buen hora; pero marino de guerra, oficial de la Real Armada.» Y el poeta veía su ahijado revestido de los esplendores de una bélica elegancia: levita azul con botón de oro todos los días, y en las fiestas casaca de galones y vueltas rojas, sombrero de picos, sable... Ulises levantó los hombros ante tales grandezas.

Vivía cerca de la catedral, y los domingos y fiestas de guardar, en vez de seguir á los fieles que acudían á los aparatosos oficios presididos por el cardenal-arzobispo, se encaminaba con su mujer y su hijo á oír misa en San Juan del Hospital, iglesia pequeña, rara vez concurrida en el resto de la semana.

Y mientras todos en la casa y fuera de ella, observan, la melancolía del mandarín y adivinan sus deseos, sólo el marido permanece sosegado, ignorante, persistiendo siempre en alegrarle con opíparos banquetes y regocijadas fiestas.