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Actualizado: 17 de junio de 2025
Lo primero que vió Miguel fué un enorme montón de billetes de mil francos, de placas de cinco mil, de fichas y papeles de distintos valores. Era una fortuna. Luego se fijó en Alicia, inmóvil en su asiento, tal como la había dejado, con un rostro inexpresivo de cariátide. Sólo sus ojos iban maquinalmente de aquel montón de riquezas á las manos del banquero. Fumaba... fumaba.
Don Marcos le sorprendió repetidas veces junto á una mesa del Casino, de pie y meditando antes de arriesgar alguna de las fichas que formaban breve columna oprimidas por su diestra. Parecía deslumbrado por la facilidad de sus ganancias. Eran pequeñas cantidades, pero ¡tan considerables en comparación con las que había recibido por sus trabajos anteriores!
Debo hacer el gran juego... ¡Yo apuntando ahora con fichas de cien francos y hasta de veinte, como una prestamista retirada!... Por eso la Fortuna no me reconoce y pasa de largo. El príncipe movió la cabeza. Se negaba á ayudarla en sus locuras. ¿No era mejor que guardase esos miles de francos, en vez de perderlos rápidamente, como le ocurriría el día que menos lo esperase?
Spadoni lo había visto con sus ojos, é imitaba el gesto del héroe al levantarse de la mesa llevando un cestito de mimbre entre las manos; un mísero cestito que contenía, como si fuesen barreduras del suelo, montones de papeles azules, montones de fichas de cinco mil francos. ¡Que no le hablasen á él de generales y batallas! ¡Este era un hombre!
Sigues como antes. No ves más que la sopa en el plato manifestó el tío sonriendo con lástima. El café de la Marina hervía ya de gente. El rumor de las conversaciones y disputas, el campaneo de las copas, el choque de las fichas de dominó contra el mármol de las mesas, formaba un ruido ensordecedor.
Variaba su juego caprichosamente, cometía errores voluntarios, y el éxito le salía siempre al paso. Al fin se cansó. Esto fué antes de la guerra, y en vez de las fichas de hueso que representan cien francos, se jugaba con hermosas monedas de oro de igual valor. Tenía ante él numerosas y deslumbrantes columnas de dicho metal; fajos de billetes... ¿Quién quiere dinero?
Quiero decir, que pone el dinero en la mesa aturdidamente, en varios sitios á la vez, y luego ni se acuerda de qué puestas son las suyas. Revolotean en torno de ella los «levantadores de muertos», y cuando gana, siempre se le llevan algo de lo suyo. Ha estado dos años jugando nada más que con fichas de quinientos y de mil. Ahora sólo juega con las de cien.
¿Qué se dispone acerca de las armas de salon? preguntó el secretario aprovechando la pausa. Simoun asomó la cabeza. ¿Quiere usted ocupar el puesto del P. Camorra, señor Simbad? preguntó el P. Irene; usted pondrá brillantes en lugar de fichas. No tengo ningun inconveniente, contestó Simoun acercándose y sacudiendo la tiza que manchaba sus manos; y ustedes, ¿qué ponen?
Las grandes fortunas, como los hombres grandes, se atreven a cosas que, por regla general, asustan a las fortunas pequeñas y a los hombres chiquitines. ¿Valor? No. Fuerza, peso, volumen. Además, esto de tener el dinero en acciones es, poco más o menos, como tenerlo en fichas. Uno no le concede el mismo valor que si estuviera en billetes, y se lo juega. Todo el mundo pica.
A mí me regaló su libro La Hacienda de España y modo de reorganizarla. Yo lo recuerdo como si fuera ahora. Era un señor grueso, alto, con la cara llena, todo afeitado... Pausa ligera. Suenan las fichas sobre los mármoles; el pianista preludia una melodía.
Palabra del Dia
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