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Actualizado: 17 de junio de 2025
En el gabinete de lectura, Trifón Cármenes repasando Ilustraciones antiguas; en el tresillo ni un socio; no le quedaba más que el dominó, que le era antipático por el ruido de las fichas y por aquello de estar sumando sin parar.
Las calles estaban solitarias. Se habían ido a los campos los que horas antes las llenaban en ruidosa manifestación. Los desocupados se encerraban en los cafés, frente a los cuales pasaba apresuradamente el diputado, recibiendo al través de las ventanas el vaho ardiente en que zumbaban choques de fichas y bolas de marfil, y las animadas discusiones de los parroquianos.
Algunas veces, después de haber avanzado la pilastra de fichas, entornaba los ojos como si escuchase á su colaborador invisible, movía la cabeza en señal de asentimiento y retiraba su puesta. Surgía de nuevo el murmullo de satisfacción al convencerse el público de que había retirado su dinero á tiempo, lo que equivalía á un triunfo negativo.
Spadoni escuchaba las cosas de la guerra lo mismo que si le hablasen de fábulas lejanas. El estaba por la realidad, é interrumpía al coronel para contarle cosas más interesantes. Ahora despreciaba al Casino, para frecuentar el Sporting-Club, donde se reunían los jugadores más audaces, empleando con preferencia fichas de cinco mil trancos.
Sobre la mesa van cayendo fichas de un duro y de cuatro duros, y placas de 50, de 100, de 500 y de 1.000 pesetas. Las raquetas van y vienen, manejadas por manos febriles. Un señor, alargando trabajosamente el brazo por entre la muchedumbre, pone 1.000 pesetas a encarnado. Es un jugador de a pie.
Eran las raquetas de los empleados, que barrían el paño verde, llevándose las monedas, las fichas, todos los despojos de la pérdida, chocando unas con otras las piezas de metal y las de falso hueso.
Juegan con el dinero como jugarían con chinas al borde de la playa. Las fichas de 1.000 pesetas no los tantalizan ni poco ni mucho. Su estado de espíritu es igual al de los osos, para quienes no existe el concepto de la propiedad individual.
Avanzaba con mano negligente una columna de doce fichas rectangulares rematada por otra oval: doce mil quinientos francos, la cantidad máxima que puede arriesgarse al «treinta y cuarenta». El público, con la idolatría que inspiran los vencedores, se interesaba por la duquesa, como si cada uno esperase participar de sus ganancias. Todos presentían su triunfo.
Avanzando su cuello entre los hombros de dos curiosos, vió á Alicia sentada á la mesa, con aspecto pensativo. Todas las miradas convergían sobre ella. Ante sus manos se amontonaban varios fajos de billetes y muchas fichas formando pilastras: fichas ovaladas de quinientos francos y rectangulares de á mil, llamadas «jaboncillos» en el lenguaje del Casino, á causa de su forma.
Otros contemplaban con asombro y envidia el enorme montón de la banca mientras el croupier lo ponía en orden, formando fajos de billetes, alineando columnas de fichas de diversos colores. Corrió de boca en boca la cifra: ¡cuatrocientos noventa y cuatro mil francos! Sólo faltaba una pequeña cantidad para medio millón. Pocas veces se había visto una ganancia tan rápida.
Palabra del Dia
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