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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Las salas son bien feas: el adorno ninguno: ni una alfombra, ni un mueble elegante, ni un criado decente, ni un servicio de lujo, ni un espejo, ni una chimenea, ni una estufa en invierno, ni agua de nieve en verano, ni... ni burdeos, ni champaña... Porque no es burdeos el valdepeñas, por más raíz de lirio que se le eche. Iremos a los Dos Amigos.
Empezó su viage con 300 cristianos, 130 caballos y 2,000 Cários, y en ocho dias continuos no halló nacion alguna. Al noveno, y á las treinta y seis leguas del monte de San Fernando, dimos en los Naperús, indios que se mantienen de caza y pesca. Son altos y robustos. Las mugeres son feas, y desde la cintura á la rodilla traen un paño. Cuatro dias despues llegamos á los Mapais, nacion muy populosa.
De seda y muy de seda iban las dos hijas del escribano, pero «aunque la mona se vista de seda, mona se queda». Son más feas que noche de truenos. ¿Y de dónde han sacado su hidalguía? Quizá no sabremos que son hijas de la Frasquita, a quien Dios haya perdonado. Era viuda del cagarrache del molino de Don Andrés cuando la pretendió y la tomó por mujer el escribano. ¿Y por qué la tomó por mujer?
Sus pesados capotazos eran para hundir la espada. Llamábanle ladrón; aludían a su madre con feas palabras, dudando de la legitimidad de su nacimiento; agitábanse en los tendidos de sol amenazantes garrotes; comenzaron a caer sobre la arena, con propósito de herirle, naranjas y botellas; pero él soportaba, como si fuese sordo y ciego, esta rociada de insultos y proyectiles, y seguía corriendo al toro, con la satisfacción del que cumple su deber y salva a un amigo.
Lanzábanlo con grande fuerza sobre las damas que pasaban, y asustadas ellas con el ruido, encogíanse prontamente, levantando la cabeza; entonces, si eran jóvenes y bonitas, arrojábanles una lluvia de dulces y flores; si eran viejas o feas, sacábanles la lengua con la mayor insolencia.
Y como la causa del matrimonio no avanzaba un paso, se decidió dejar resueltamente a un lado a las jóvenes feas y pobres para dar, al menos, a las que no lo eran un puesto más ancho en el mundo. Un sabio casuista, el padre Bonacina, jesuita, declaraba «exenta de pecado a la madre que desee la muerte de sus hijas sino puede casarlas a su gusto a causa de su fealdad o de su pobreza.»
Antes los hombres pasaban la noche en la taberna malgastando su jornal y hablando cosas feas. Ahora se van después de cenar al local de las Escuelas y allí se están cantando como unos benditos toda la noche. Cuando los ve cansados don Ricardo les da un cigarro, les entretiene un rato charlando y ya los tiene usted tan contentos. ¡Oh, señora, qué bien cantan ya!
El nombre de aquéllas, por orden de edades, era el siguiente: Jovita, Micaela, Socorro y Emilita. Eran las cuatro, en apariencia, seres insignificantes, ni hermosas ni feas, ni graciosas ni desgraciadas, ni muy jóvenes ni viejas, ni tristes ni risueñas. Nada había en ellas que fijase la atención. No obstante, en el seno del hogar el carácter de cada cual se pronunciaba y adquiría relieve.
Los que habían bailado con las bellezas de la sala tenían la cara resplandeciente de felicidad y acogían, sonriendo, las bromitas de sus amigos, mientras los que habían apechugado con las feas, un tanto mohínos, ponían por las nubes la destreza en el baile de sus parejas.
Palabra del Dia
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