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Actualizado: 15 de junio de 2025


Ansi se haga, y no nos detengamos, Que ya á morir me incita el triste hado. Madre, porqué llorais? adónde vamos? Teneos, que andar no puedo de cansado, Mejor será, mi madre, que comamos, Que la hambre me tiene fatigado. Ven en mis brazos, hijo de mi vida, Do te daré la muerte por comida.

Cuando llego a Madrid está cayendo un agua menudita, cernida, persistente. Son las ocho. El cielo está sombrío. Entro en mi cuarto, sin aliento, fatigado. Dejo la capa y el sombrero. Voy a acostarme un rato. Y al ir a entornar las maderas del balcón veo sobre la mesa un papel azul. Un papel azul doblado y cerrado no puede ser más que un telegrama. Yo alargo la mano.

Se encontraba muy fatigado ya, aunque no quería confesarlo. La dirección de la fábrica es pesada ahora para él solo. Tenía necesidad de hacer este viaje, señora. Además, será fructuoso; traigo un procedimiento nuevo para practicar una clase de fabricación más económica. En fin, estoy contenta de que hayas venido, esto me tranquiliza mucho. Agradezco su prueba de confianza, señora murmuró Juan.

Irse a su casa sin encontrarla y darse un buen trote con ella... a distancia de treinta pasos, dábale mucha tristeza. Pero al fin se hizo tan tarde y estaba tan fatigado, que no tuvo más remedio que coger el tranvía de Chamberí y retirarse. Llegó y se acostó, deseando apagar la luz para pensar sobre la almohada. Su espíritu estaba abatidísimo.

Marcháronse poco después los visitantes, dejando a mi tío muy fatigado con la conversación en que había tomado, por rebeldías de su temperamento, más parte de la que debiera, y yo llevé mi cortesía en aquella ocasión al extremo de acompañar a la familia de don Pedro Nolasco hasta el pedregal en que empieza a descender la cambera hacia el pueblo. ¡Qué graciosamente pisaba Lita con sus primorosas almadreñas, y con qué donaire se recogía los pliegues airosos de su vestido, que apenas dejaban ver dos dedos de media blanca sobre el ancho y peludo ribete de las zapatillas!

Pensaba codiciosamente en la hora del anochecer, deseando que viniese cuanto antes; en la vuelta de la plaza, sudoroso y fatigado, pero con la alegría del peligro vencido, los apetitos despiertos, una ansia loca de placer y la certeza de varios días de seguridad y descanso.

La realidad del despertar fué tan alegre para Ulises como dulces habían sido las horas de la noche en el misterio de la sombra. Estaba fatigado; sus piernas vacilaron al tocar el suelo, y al mismo tiempo nunca se había sentido tan fuerte y tan feliz.

Todo lo de Alemania, un monumento, una estación de ferrocarril, un simple objeto de comedor, daba lugar á comparaciones gloriosas: «En Francia no tienen ustedes eso.» «Indudablemente, en América no habrán ustedes visto nada semejanteDon Marcelo se marchó, fatigado de tanta protección. Su esposa y su hija se habían resistido á aceptar que la elegancia de Berlín fuese superior á la de París.

Uno espera á cada momento que se concluya; espera salir á cielo raso; espera ver campos, árboles, montañas, llanuras; espera verse libre de aquella red que lo va circuyendo por todas partes, y vienen calles y más calles, callejuelas y más callejuelas, plazas y más plazas, y llega un instante en que nos sentimos fatigado el pecho, y cansada la respiracion.

Ahora era el abate francés el que, revistiéndose a la vista de los fieles con los mismos ornamentos, decía la segunda misa. En vano desplegaba una majestuosa solemnidad en palabras y gestos: su público seguía admirándole, pero estaba fatigado.

Palabra del Dia

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