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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Lástima grande, sin embargo, que tal esfuerzo de ánimo no obtenga mejor recompensa, que aquel ser se vea detenido en ese primer fervor del arte por la fatalidad de su naturaleza. Al contemplarlo, se apodera de nosotros nuevo ensueño, presintiendo que ese mundo acuático no se basta á mismo.

Lo mismo nos pasa a nosotros, Baldomero; ¿pero qué quiere que hagamos?... ...¡Es una fatalidad!... Así es, Baldomero... y para es una pena como usted no se imagina... ¡Háblelo, don Lorenzo...! usted puede mucho... dígale cómo está el viejo... ¡lléveselo, señor!... ¡lléveselo por lo que más quiera!... aquí va a ser su perdición...

Entre él y el bufón creyó el cocinero ver levantarse los dos palos rojos de la horca, y se decidió á hacer todo lo que quisiese con tal de no verse colgado de aquel patíbulo horrible. La fatalidad arrastraba á Montiño. ¿Estáis dispuesto? le dijo el bufón. ; , señor; estoy dispuesto á todo. Pues vamos á donde sea necesario ir.

De un lado suponía ser de aquellos hijos malditos en quienes retoñan y se castigan las culpas de los padres; de otra parte se miraba predestinada al infortunio como las vírgenes de los poemas griegos: temía juntamente ser víctima expiatoria, y presa de la fatalidad, viniendo estos sentimientos, por una larga e intrincada serie de transformaciones mentales, a degenerar en una impresión doble y extraña que la impulsaba a deleitarse con el pensamiento en el amor, y a temer al amante como hombre.

¡Feli! ¡Feli!... ¿Qué pecado había cometido para que la fatalidad la privase hasta de la paz de la tumba?... Maltrana lloraba ahora, sin miedo a que la gente se fijase en él. Estaba en el campo. Al mirar en torno, vio a corta distancia el cementerio de San Martín. Sin darse cuenta había marchado instintivamente hacia aquellos lugares que presenciaron las primeras dichas de su amor.

Por esta fatalidad de los nombres de árboles en las calles donde vivieron, parecían pájaros que volaban de rama en rama, dispersados por las escopetas de los cazadores o las pedradas de los chicos. En una de las tremendas crisis de aquel tiempo, tuvo Benina que acudir nuevamente al fondo de su cofre, donde escondía el gato o montepío, producto de sus descuentos y sisas.

Desde los tiempos de David, el pastorzuelo descalzo, matando de una pedrada al desaforado gigante vestido de bronce, la humanidad gustaba de estas historias. La pistola era un arma caprichosa, más dúctil que otras á las soluciones absurdas de la fatalidad. ¿No caería él, con toda su maestría, bajo el primer tiro del pobre teniente?...

Lo que ocurrió fue el resultado de la fatalidad más deplorable. La bala que disparó el gaucho penetró por la sien derecha en la cabeza del pobre joven y le dejó muerto en el acto. Grande fue el pasmo y profunda la lástima de todos los cómplices en aquel horror. El mismo Pedro Lobo, disipada de pronto su cólera, se sintió afligido.

La bella esposa del anfitrión no se cansaba de decir y hacer travesuras, de tal modo que el regocijo no decaía un instante. Mas ¡ay! aquella nube sombría, temerosa, que había cruzado sobre la mesa no mucho antes, el viento de la fatalidad la empujó de nuevo hacia ella. El helado que sirvieron al terminar la comida era de avellana. A Elena no le gustaba el helado de avellana.

¿Pero qué la importa á su majestad?... dijo severamente doña Clara : don Juan la ha hecho un eminente servicio... la reina se lo agradece... y nada más... ¿qué enredos son éstos?... ¿qué fatalidad puede haber para que se tome el nombre de su majestad de una manera ambigua? Perdonad, señora; pero yo no he querido decir... Cuando se habla de la reina, las palabras deben ser muy claras.

Palabra del Dia

hociquea

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