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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Aunque Nanela me exhortara: ¡Adelante! ¡Adelante! la Fatalidad tiraba para atrás del hilo de mi vida, cada vez con más fuerza... Y yo avanzaba cada vez con menos fuerza... Tanto me pesaban las piernas que creía echar raíces en el océano de luz que me rodeaba, que me asfixiaba, que me devoraba como a una gota líquida más... Dejé de sentir mis pies... mis manos... mis brazos... mi cuerpo... Ya era sólo una cabeza flotante en aquel océano de luz, ¡una miserable cabeza que se disolvía como un terrón de azúcar!... Perdí el pensamiento, la vista, el tacto...
Se disculpó mentalmente, como si estuviese en presencia de la dulce Berta. Había tenido que matar para que no le matasen. Así es la guerra. Intentó consolarse pensando que Erckmann tal vez había caído sin identificarle, sin saber que su matador era el compañero de viaje de meses antes... Y guardó secreto en lo más profundo de su memoria este encuentro preparado por la fatalidad.
Recordemos el argumento de «La ley del hombre», y los dos terribles conflictos de «Las tenazas». ¿Qué hará aquella mujer á quien su marido, escudado en la legalidad, no quiere devolver su independencia? ¿Qué hará aquel hombre que no puede recobrar el hijo que la ley confió á la madre?... Nada: la fatalidad de lo establecido, de lo vigente, les sujeta por el cuello, forzándoles á caer de rodillas.
Les faltaba la dote, requisito indispensable en muchos pueblos civilizados para ser mujer honrada y constituir un hogar. ¡Maldita pobreza!... Había pesado sobre su vida como una fatalidad. Los hombres que se mostraban buenos al principio se envenenaban después, volviéndose egoístas é ingratos.
Sí, cuando no hay una sensibilidad más o menos afinada, o exagerada, que no engaña, y lleva en cambio a la fatalidad de la pasión real, profunda. Tú, como yo, estamos destinadas a una excesiva dicha o a un sufrimiento mortal. Por eso te quiero tanto, Adriana, como a una hermana, suceda lo que suceda.
Amó locamente a su esposa sin conocer su verdadero carácter y murió en el error, como hubiese muerto él, jurando que su madre era la mejor de las mujeres, a no haberle conducido la fatalidad al salón de su casa para hacer el más terrible de los descubrimientos.
Sin embargo, un imperfecto sentimiento de equidad, emanado de los que habían tenido la buena suerte de limpiar en el juego a don Jorge, acalló las mezquinas preocupaciones de los más irreductibles. Don Jorge recibió el fallo con filosófica calma, tanto mayor en cuanto sospechaba ya las vacilaciones de sus juzgadores. Era muy buen jugador para no someterse a la fatalidad.
Aquella cortina era en aquellos momentos para el duque el velo impenetrable de la fatalidad. No puedo... dijo al fin. Sí, sí podéis dijo Dorotea , vos lo podéis todo. No me atrevo dijo el duque, que no quitaba ojo de la cortina. Necesito la libertad y la seguridad de don Juan dijo con acento voluntarioso Dorotea. Yo no puedo sobreponerme á las leyes.
Ya no era su desventurado amor ni la muerte de la traidora Beatriz lo que clamaba en su pecho. Todo aquello había sido como una hoja trágica doblada para siempre, un accidente de la fatalidad que no dejaba cuenta alguna en su contra.
Era una fatalidad implacable que pesaba sobre ella desde que había pisado a Orsdael; tenía que disimular, fingir, mentir siempre, lo mismo a su hija que a sus indignos verdugos. Permaneció un momento inmóvil, absorta en sus sombríos pensamientos. Luego, de golpe, irguió la cabeza.
Palabra del Dia
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