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Actualizado: 16 de junio de 2025


«Esto no es infidelidad pensaba Bonis , esto es un 'sálvese el que pueda'». Su conciencia de amante, la falsa conciencia del romántico apasionado por principios, le acusaba, le decía que los recientes vapores de la orgía le prestaban un fuego que no era fingido; fuese resto de borrachera, agradecimiento, nostalgia de la luna de miel o lo que fuese, ello era que aquel panteísta de la hora de los brindis no sentía repugnancia ni mucho menos al cumplir aquella noche sus más rudimentarios deberes de esposo; a la sorpresa que le causó la extraña actitud de Emma, sucedieron pronto muchas sorpresas de un orden inenarrable, llámese así, sorpresas que le enseñaron allá entre sueños, que el que más cree saber no sabe nada, que las apariencias engañan, que la aprensión hace ver lo que no hay, y viceversa; en fin, ello era que, o los dedos se le antojaban huéspedes, o veía visiones, o su mujer no estaba tan en los últimos como ella decía, ni las gallinas y chuletas que juraba no digerir, ni los vinos exquisitos que aseguraba ella que la envenenaban, dejaban de surtir sus efectos en aquella «naturaleza»; que las unturas y el algodón en rama habían producido una... palingenesia.... algo así como una vegetación de la oscuridad, pálida, pero no mezquina.

Ya que amistades nocivas le apartaban otra vez del buen camino y le envenenaban el alma con insinuaciones malévolas, con sospechas torpes e impías, más valía dejarle en paz, apartar de su vista el espectáculo inocente, mas para él poco agradable, de dos almas hermanas que viven unidas, con lazo fuerte, en la piedad y el idealismo más poético».

Ella confesaba haber tenido placer en bailar con Huberto Martholl... Los celos nacientes envenenaban las deducciones de Juan: estrechada tres veces por aquel Huberto Martholl, María Teresa lo prefería a todos los demás... Para que esto sucediese ¿qué le habría dicho ese hombre? ¿Qué encanto misterioso había ejercido sobre ella? ¡Ah¡ el sonido melodioso de su querida voz martillaba el alma de Juan, martirizándolo, enloqueciéndolo hasta el punto de hacerle transformar las simples palabras: «Lo prefiero a todos los demás, porque baila admirablemente el bostonen una ardiente confesión de amor.

Les faltaba la dote, requisito indispensable en muchos pueblos civilizados para ser mujer honrada y constituir un hogar. ¡Maldita pobreza!... Había pesado sobre su vida como una fatalidad. Los hombres que se mostraban buenos al principio se envenenaban después, volviéndose egoístas é ingratos.

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