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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Los puntiagudos faldones de la mejor de sus tres casacas se balanceaban al compás de las piernas en la parte posterior del cuerpo; el tupé había recibido doble ración de pomada, y la corbata, aumentada con nuevos pliegues, formaba un blanco follaje, una pechuga escarolada debajo de la barba. Cuando el abate se ponía este traje, había pronunciado ya la última ratio de su peculiar elegancia.
El padre admiró el pequeño retazo de oro en las bocamangas del capotón gris con los faldones abrochados atrás, examinando después el casco azul obscuro de bordes planos adoptado por los franceses para la guerra de trincheras. El kepis tradicional había desaparecido. Un airoso capacete, semejante al de los arcabuceros de los tercios españoles, sombreaba el rostro de Julio.
Esto no será muy bonito, pero es tan noble y distintivo que guay del plebeyo que sin haber sido siquiera directorcillo ó juez de sementeras, osara profanar aquella parodia de frac, que tiene por faldones faldamentos. No queremos se nos olvide decir que la camisa oficial es blanca y la chaqueta negra.
Veíasele atravesar la plaza, agitando los faldones de su levitón color de café, pasar bajo la arquería de la Recova, perderse entre el hormiguero de la acera y al cabo de corto rato reaparecer, por el lado contrario, la chistera en la mano y secándose la frente y la calva con el pañuelo.
De repente, D. José se levantó de su asiento y salió de estampía, entre la risa y chacota de toda la partida. Maxi quiso salir detrás; pero Refugio le tiró de los faldones y le hizo sentar a su lado: «Déjalo tú, ¿qué te importa?». Y apareció el tumulto, por la entrada de otros Pepes; y el amo del café, que también era algo José, repartió puros y ron con marrasquino.
Me río yo de toda la gravedad del Reistag alemán, de toda la seriedad de los Comunes de Inglaterra y de todo el estiramiento de la Puerta Otomana, ante la cómica gravedad que respiraban todas las candongas de las ñoras y toda la tiesura y almidonamiento de los faldones de los munícipes.
A las tres de la tarde entró doña Manuela en la plaza del Mercado, envuelto el airoso busto en un abrigo cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda, cuidadosamente enguantada, con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla.
Mientras tanto el señor subprefecto, encantado con el silencio y la frescura del bosque, se levanta los faldones de la casaca, coloca sobre la hierba el sombrero apuntado y se sienta en el musgo junto a una encina joven. Luego abre en las rodillas la gran cartera de piel de zapa con relieves y extrae de ella un ancho pliego de papel ministro. ¡Es un artista! dice la curruca.
No sabía vencer el farmacéutico su genio vivo y zumbón, ni mostrarse tan habilidoso como el caso exigía, y aunque Fortunata le tiraba de los faldones de la levita para que tomase un tono más contemporizador, el maldito no se podía contener: «Vaya con la que saca ahora... Pero, hombre de Dios, ¿a usted qué le importa que el alma venga de acá o venga de allá? ¿Qué se mete usted en el bolsillo con esto? ¿Cree que le van a dar algo por el descubrimiento?
Diole esto gran importancia a Velarde, y agarrado a las faldas de Currita y a los faldones de Villamelón, fuese introduciendo en todos los salones de la corte, mientras se preparaba a entrar con algún brillante destino en aquel Palacio real que tenía delante, prefiriendo su vanidad y su haraganería la vida aparatosa del palaciego a la vida activa del político.
Palabra del Dia
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