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Veíanse allí gabanes aprovechados de un hermano mayor, y tan desmesuradamente largos, que el talle besaba las corvas y los faldones barrían el piso, si ya un tijeretazo oportuno no los había suprimido; en cambio, no faltaba pantalón tan corto, que, no logrando encubrir la rodilla, arregazaba impúdicamente descubriendo medio muslo.

Esta vestimenta sucia y mísera completábala con un chaqué de largos faldones y un sombrero abollado, deforme, rematado en punta como guerrero casco. Era viejo, con cierta malicia sacerdotal en el rostro afeitado y los ojillos verdosos cobijados bajo unas cejas grises y abultadas. La parte de sus mejillas acariciada por la rasura era lo único limpio de la cara.

Me puse en «facha». Castro Pérez se caló una gorra de terciopelo verde bordada de oro, a manera de fez, con una gran borla que colgaba hacia atrás y se balanceaba como un péndulo. Mi hombre se compuso las gafas, y con las manos atrás, ocultas bajo los faldones de la pringosa levita, principió a pasearse, mientras yo, con el papel delante y lista la pluma, me disponía a escribir.

Por único consuelo se daba como un desesperado a la borrachera de su segunda ambición, y tenía la corona de marqués hasta en los faldones de la camisa; pero el afán de sostener este nuevo lustre de clase, así como su crédito en la Bolsa, le costaba enormes dispendios que le hundían en mayores abismos. Así fue tirando hasta que triunfó la revolución de septiembre.

Como en don Marcos todas las acciones se acoplaban con detalles de indumentaria, y creía imposible realizar un acto sin el uniforme correspondiente, recordó en seguida cierta levita olvidada mucho tiempo en su ropero, á la que él llamaba «la levita de los desafíos»; una prenda negra, de corte napoleónico y largos faldones, que sacaba á luz siempre que era padrino y le pertenecía por su carácter militar dirigir el combate.

Mas, con grandes risotadas le detuvo la señoril y hambrienta turba, y alcanzándole Leopoldina Pastor por los cortos faldones de la bata, le gritaba muerta de risa: ¿Pero dónde vas, Fernandito?... ¡No te vayas, hombre!... ¡Si para sentir es menester comer!... ¡Si nosotros venimos a ayudarte!...

Allí estaban las gallineras en sus mesas empavesadas de aves muertas colgando del pico, con la cresta desmayada, y cayéndoles como faldones de dorada casaca las rubias mantecas.

Mi madre le decía: «¡Ah!, mejor te valdría haber aprendido un oficio que no vivir colgado a los faldones de los ministros, hoy me caigo, hoy me levanto...». ¡Pero quia!; él sabía de oficina más que la Gaceta, y cuando hablaba de las rentas, del presupuesto y de esas cosas de gobernar, todos los que le oían estaban asombrados. Su padre, mi abuelito, había sido también de oficina.

Los términos franceses que matizaban este coloquio se despegaban del tejido de nuestra lengua; pero aunque sea clavándolos con alfileres, los he de sujetar para que el exótico idioma de los trapos no pierda su genialidad castiza. No cómo se han de unir atrás los faldones de la casaca de guardia francesa. Seguirlos servilmente lleva a lo afectado y estrepitoso.

Hasta el príncipe almorzaba ó comía muchas veces en el Hotel de París, avisando á última hora por teléfono. Este desarreglo doméstico lo aceptaba Toledo como algo providencial. La servidumbre había experimentado una baja irreparable con la partida de Estola y Pistola. Una mañana se le presentaron, balbucientes y emocionados, sin sus fracs largos de faldones.