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Actualizado: 3 de noviembre de 2025


Volviéndose bruscamente apercibió al señor de Maurescamp, apoyado en el marco de la puerta de entrada al invernáculo; mirábalos fijamente y sus ojos y facciones encendidas demostraban tanta cólera, que el señor de Lerne se levantó inmediatamente temiendo algún acto de violencia.

En el sillón más próximo a la chimenea estaba arrellanada la señora de la casa, mujer de unos cuarenta años, gruesa, facciones correctas, ojos negros, grandes y hermosos, pero sin luz, la tez blanca, los cabellos de un castaño claro excesivamente finos.

Yo no creo que pueda existir tal semejanza, Frasquito replicó la niña, turbada, echando lumbre por los ojos. La fisonomía, las facciones, así de perfil como de frente, la expresión, el aire del cuerpo, la mirada, el gesto, los andares, todo, todo es lo mismo. Créame usted, yo no miento nunca.

La frente, abombada y saliente, parecía aplastar con su peso las facciones morenas e irregulares, alteradas por la huella de las viruelas.

Ustedes dos conocían muy bien a mi difunto cliente observó el abogado, después de algunos preliminares. ¿Saben si existe alguna persona a quien pudiera ser de provecho su muerte repentina? Esa es una pregunta extraña dije yo. ¿Por qué? Es que tengo motivos para creer explicó con cierta vacilación aquel hombre moreno y de facciones afiladas, que ha sido víctima de una infamia.

El P. Gil, con mano trémula, iba cumpliendo su piadoso oficio, mientras el último vástago de la casa Montesinos yacía sin conocimiento, con la terrible palidez de la muerte impresa en sus facciones. Cuando estaban a punto de terminar, serenose un tanto el pecho del enfermo. Poco después abrió los ojos y paseó una mirada de sorpresa y aun de espanto por la estancia. Tornó a cerrarlos.

Muy lejos estaba yo de esperar de mi joven compañera esta efusión simpática. Me volví hacia ella con la prontitud de una sorpresa que no disminuyó cuando la alteración de sus facciones y el ligero temblor de sus labios, me manifestaron la sinceridad profunda de su admiración. ¿Confiesa usted que esto es bello? le dije.

Ella, después de permanecer un instante inmóvil, fué á sentarse detrás del mostrador, cogiendo de nuevo la calceta. ¡Ole por el patrón de la barca! gritó uno dentro. Á la paz de Dios, señores dijo Velázquez sentándose en la silla que le ofrecían. ¿Y de dónde viene el hombre á estas horas? preguntó una joven morena, de facciones abultadas, graciosa y ruda á la vez. De la calle.

¿Me gustaría saber qué tiene usted que hacer aquí? preguntome aquel vulgar individuo, de facciones groseras, cuyo chato sombrero gris y calzones cortos le daban un aspecto marcadamente de mozo de cuadra. Y se quedó de pie en el umbral de la puerta, cruzando los brazos desafiadoramente y mirándome a la cara.

La otra, también viuda y también titulada, aunque por derecho propio, marquesa de Espinosa, y también llamada por la de Montálvez por su nombre de pila, Leticia, era muy distinta de Sagrario: menos estrepitosa, más seria y, quizá, mejor tipo. Tenía unos ojos negros y escrutadores que punzaban al mirar, correctísimas facciones, algo morena, y muy esbelta todavía.

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