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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Hace ya más de cinco años que soy su amigo, Mabel, y, por lo tanto, confío en que me permitirá cumplir la promesa que hice a su papá exclamé, poniéndome de pie delante de ella y hablándole con profunda solemnidad. Sin embargo, desde el principio debemos entendernos de una manera clara y formal.
Es un hombre que no ha bailado conmigo, sino cuadrillas, porque no sé valsar a tres tiempos exclamé con indignación. ¡Horrible falta!; Te lo repito, Reina, creo que es absurdo casarse tan joven; pero a pesar de tu dote y tu belleza, creo que no volverás a hallar jamás un partido semejante.
La gratitud penetró en mi corazón como una luz del cielo, como un bálsamo dulcísimo, y perdí por completo los pocos deseos que me ligaban a la vida. «Gracias pueblo de Madrid, exclamé dirigiéndome a la ciudad: gracias, pueblo generoso y culto, por no haber venido a gozar con el espectáculo de mi muerte ignominiosa. ¡Qué hubieras ganado presenciando la suprema agonía de un infeliz!
¡Sí, está fresca! exclamé empujando hacia atrás mi silla y poniéndome a pasear a grandes pasos por la sala; ¡no la perdonaré jamás, jamás! Levantose también el cura y comenzó a caminar en contra mía, de manera que continuamos la conversación cruzándonos continuamente, como el Ogro y el Pulgarcillo, cuando el monstruo le persigue por haberle robado una de las botas de siete leguas.
Porque contestó al fin lentamente, en una voz trémula y tan baja, que apenas pude oír las fatales palabras que pronunció ¡porque ya estoy casada! ¡Casada! exclamé tartamudeando y quedándome rígido. ¡Y su esposo! ¿Cómo se llama? ¿No adivina usted? me preguntó. ¿No lo sospecha? El hombre que ya ha tenido oportunidad de conocer: Herberto Hales.
Una criatura recién nacida que lloraba bajo su capa, me indicó que era él. De tres saltos me puse junto á su lado. Una madre te ha maldecido, y yo soy la mano de Dios exclamé. Y le di de puñaladas. ¡De puñaladas! dijo el rey. Sí, sí por cierto, de puñaladas; el hombre que roba á una madre su hija, el hombre á quien una madre desventurada maldice, debe morir.
Me presento, pues, en el locutorio; apenas hube entrado en él, la señorita Pepita se precipita contra la puerta, la cierra, se vuelve hacia mí y me dice: «¡Lo sé todo, caballero...!» «¿Qué sabe usted, señorita...?» «Sé que usted me ama y no se atreve a decírmelo...» «¡Qué...!», exclamé yo. «Pues bien; ¡yo también le amo...!» Señora: si un rayo hubiera caído a mis pies, no me hubiese quedado más aterrorizado...
No se enamoran para casarse los hombres como Pepe Guzmán; y te añado que aun cuando éste quisiera ser contigo una excepción de la regla, tú no deberías consentirlo. » ¿Por qué? exclamé sin poderme contener. » Por... varias razones respondió mi madre muy serena y bajando más la voz . Y vamos a tratar este punto con toda franqueza, porque en él se encierra toda la cuestión.
Eso es, métete en esa pandilla, y contra mí además... ¡Ah! dijo Francisca dando un gran suspiro, bastante desgraciado es pensar que se va una a enmohecer como las otras en la piel de una solterona... Nadie te obliga a enmohecer objetó Genoveva. Sí, se acartona una a pesar suyo cuando el celibato le ata las alas. Pues bien, cásate exclamé.
Van muy alegres, es verdad... ¿Pero siguen estándolo?... murmuró la de Ribert con inconsciente tristeza. Dios mío exclamé para cortar las meditaciones de la de Ribert, que parecían dolorosas; qué contenta estoy de aprender a conocer a los señores hombres... Nuestra averiguación me va a abrir horizontes enteramente nuevos.
Palabra del Dia
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