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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Se detuvo, y aproximándose otra vez a mí murmuró dulcemente: ¡Vuelve pronto, Rodolfo! Su voz, su acento, me dominaron. ¡Juro exclame, verte una vez más, pero yo mismo, antes de morir! ¿Tú mismo? ¿Qué quieres decir? preguntó fijando en mi sus asombrados ojos. No me atreví a pedirle perdón; le hubiera parecido un insulto. No podía decirle entonces quién era yo.
¿Por qué no, si la voz que me advertía era dulce y el corazón tierno? Pues yo pido que me dejen morir con la ilusión de la vida. Y yo exclamé pido que deje usted a un lado esos crespones fúnebres y esos trágicos deseos para gozar en paz de su juventud y de la fiesta de esta hermosa noche que nos ofrece la benévola Naturaleza...
«¡Pobre Villa!», exclamé para mí, observando el tono ligero con que pronunció estas palabras su ídolo. Y desde allí me fui derecho a la cervecería para darle el encargo. Cambió un poco de color al escucharme; pero me dijo con sosegada energía: Ya sabe usted, amigo Sanjurjo, que yo con esa mujer no puedo tener decentemente ni siquiera relaciones de buena amistad.
¡Oh, eso está por ver! repuse con arrogancia. Vamos, parece que hoy está Vuestra Majestad de mal humor. ¿Cómo van los amores? ¡Silencio! exclamé. Me contempló por un momento y encendió su pipa. Tenía razón al decir que estaba yo de un humor insufrible, y continué furioso: Me siguen por todas partes media docena de espías. Ya lo sé; yo se lo tengo mandado contestó muy tranquilo.
¿Sólo para eso? repitió la de Ribert mirándome con atención. ¿Está usted segura de su imaginación y de su corazón, Magdalena?... No comprendo exclamé estupefacta. La de Ribert me besó con efusión por toda respuesta. Decididamente, cada vez comprendo menos... 1.º de enero 1904. El mes de enero ha hecho su aparición esta mañana. La abuela está desolada.
Gabriel dijo como quien despierta de un mal sueño . ¿Cómo has entrado aquí? ¿Qué buscas? No me esperabas sin duda. Su acento de profunda sorpresa no indicaba pesadumbre ni contrariedad. Después añadió: No parece sino que te ha enviado Dios en socorro mío. Acompáñame: tengo que salir a la calle. ¡A la calle! exclamé más desconcertado aún.
Es un hombre como otro cualquiera y se conformará con lo que le den. Susana, ¡un hombre como otro cualquiera! exclamé indignada. Entonces ¿no lo has visto? Ya lo creo que lo he visto, señorita, y hasta puedo afirmar que lo he oído. ¿Acaso le es permitido a ningún cristiano aporrear de ese modo la puerta de una casa decente? Con todo, enamoriscaos de él si queréis, que a mí...
¡Pero, si hay sospecha de crimen, es deber de la policía investigarlo, ciertamente! exclamé yo, con algún resentimiento. Convencido. Pero ¿dónde está la sospecha? Ni los médicos, ni el coroner, ni la policía local, ni el jurado, abrigan la menor duda de que no ha muerto por causas naturales arguyó. En este caso, la policía de Manchester no tenía derecho ni necesidad de intervenir en el asunto.
»Corrí a la ventana para llamarle, pero Carlos me detuvo: veía atravesar una de las calles de árboles al anciano, que se alejaba en el parque, y reconociéndole en aquel instante, exclamé: »¿Es el extranjero que, en el castillo de Arcos, fue preguntando por usted en la tarde del funesto día en que nos separamos? »El mismo.
¡Si viera usted, Gloria, qué tristeza he pasado estos días en que no tenía noticias suyas! Creí que me había usted olvidado. Yo no me olvido nunca de los buenos amigos. Además, le había prometido una cosa, y de ningún modo querría dejar de cumplir mi promesa. ¿Qué cosa? ¿No se acuerda usted? Las calabazas... ¡Ah, sí! exclamé riendo.
Palabra del Dia
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