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Mi tía Eugenia vive en Marín. Hace tiempo que no nos hablamos. Mi padre ha reñido con ella... pero ¿qué importa? ¿Y dónde está Marín? A una legua de aquí, camino de Lada. Vamos a allá repuso el joven resueltamente. Y echaron a andar a buen paso por el angosto camino de la cañada. La noche estaba más clara. El disco de la luna asomaba grande, rojo, inflamado, por encima de las montañas.

D. Francisco Landeira y Sevilla, hijo de Ribeira de Santa Eugenia, pueblo de Galicia; fue Catedrático de Teología en la Universidad de Madrid, y electo Obispo de Teruel, entró en esta ciudad en la tarde del 7 de Diciembre de 1852: Dos o tres días habían trascurrido desde esta entrada, cuando supo que desde la guerra civil el Seminario se hallaba ocupado militarmente y la Iglesia convertida en depósito de armas y proyectiles: enseguida empezó sus gestiones para que estos efectos desapareciesen de allí y una vez conseguido, hizo mejoras en el Seminario, volvió a su Iglesia las imágenes que se hallaban distribuidas en los templos de la ciudad, se llevó procesionalmente la imagen de la Virgen de los Dolores, y con motivo de la bendición de la Iglesia se celebró una fiesta solemnísima como pocas veces se ha visto en Teruel, y jamás los vecinos de esta capital han contemplado la misma Iglesia tan ricamente engalanada y con tanta profusión alumbrada.

Su esposa, que entraba también en el comedor cuando Tristán, formaba con él raro contraste; delgada, ojos inquietos, rostro afilado, movimientos espasmódicos. ¿Han llegado los niños, Eugenia? preguntó Escudero . Buenos días, Tristán. ¿Qué tal de excursión? ¿Han quedado todos buenos? La señora respondió que los niños acababan de llegar.

Cuando todo hubo concluido, Andrés, que conocía la avaricia de los paisanos en general y de los parientes de Rosa en particular, en vez de aceptar los ofrecimientos de la tía Eugenia, la invitó a comer en alguna taberna, juntamente con Máxima, Celesto y D. José el excusador, que había cantado en la misa.

Mientras tanto Reynoso y Elena, Escudero, doña Eugenia y Araceli, todos los parientes en suma del afortunado autor recibían alegrísimos las enhorabuenas de los amigos y conocidos. Elena había tenido en el entreacto la visita de algunos, entre ellos de Gustavo Núñez, quien sólo permaneció a su lado algunos instantes grave y ceremonioso.

Poco después viene también el joven Aurelio, amante de Eugenia, y que se ha separado hace poco de una expedición emprendida para extirpar el cristianismo, con la esperanza de congraciarse el favor del padre de su amada.

Viene con Pepita y con Concha y Eugenia... Es el primer domingo que viene después de la muerte de su hermano... ¡No te pongas así, niña!... No te asustes... verás, yo lo voy a arreglar todo. Asunción, en efecto, había empalidecido y estaba clavada e inmóvil en la silla como una estatua.

Mientras Clara reprueba los proyectos, algo libres, de su hermana, urde ella el enredo más astuto, haciéndose pasar por Eugenia, envolviendo en sus redes al futuro marido que se le destina, engañando á la dueña que la guarda, y convirtiéndola en auxiliar de sus planes.

Siempre recordaré el triste efecto que me causó, en obra tan bella como Eugenia Grandet, aquel pasaje en que el abate Cruchot, momentos después de llegar el primo de París, propone á boca de jarro á Mme. de Gramins que se deje cortejar por él con objeto de inutilizarlo. Vivir mecido en una suave idealidad es lo mejor que el artista puede hacer.

El altar estaba protegido por un dosel o toldo formado con colchas: a la izquierda habían colocado un púlpito para el predicador. Andrés, Rosa, la tía Eugenia y Máxima se sentaron a la sombra de un castaño, aguardando la misa. Los contornos de la iglesia ofrecían grata perspectiva. Los romeros hormigueaban por todas partes con mucha algazara.