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Actualizado: 9 de julio de 2025


Levantóse muy de mañana al otro día, fuese a la capilla de Santa Eugenia, oyó dos misas y comulgó devotamente; la prudencia de la mujer había tirado la noche antes sus cálculos, y la fe de la cristiana iba a buscar entonces en el Sacramento la gracia divina que necesitaba para vencer en la lucha.

La gente que circulaba por la calle comenzó a moverse también en dirección a la iglesia. Andrés marchaba delante, con Rosa y Máxima. La tía Eugenia los escoltaba dando la mano al pequeño.

¿Cree usted dijo Genoveva dirigiéndose a la Roubinet, que las solteronas cuentan en sus filas muchas literatas distinguidas? ¡Cómo! Genoveva dijo la Fontane, ¿olvida usted a nuestra ilustre Eugenia de Guerín?... No, pensaba en ella, así como en Clarisa Bader y en la Bremer. Pero no conozco muchas más.

Cuatro niñas y un niño llamado Alfonso, que se encuentra en Lyón empezando su educación clásica. Es un muchacho muy bueno: ¡quiera Dios que sea buen cristiano, sabio y dichoso! La niña mayor se llama Cecilia, tiene siete años y medio: es de una viveza extraordinaria, pero muy buena. Su hermana, que se llama Eugenia, tiene cinco años y medio: es muy sensible y de corazón excelente.

Su salud me pareció menos mala de lo que yo temía; me dijo que por ser yo quien había ido a buscarle, se vendría a Mâcón, pero que con ninguna otra persona se hubiera venido; me ha pedido algunos días para arreglar sus negocios, y yo le he concedido ocho: estos días los aprovecharé enseñando a Eugenia todo lo más notable que París encierra.

Nuevamente sonríe a mi madre la dicha, y sólo satisfacción y contento rebosan sus escritos. El día 13 de octubre de 1815 se publicaron los esponsales de su segunda hija Eugenia, con M. Coppens de Hondschoote, joven oficial, teniente coronel del regimiento que guarnece Mâcón, hijo del antiguo señor de la villa de Hondschoote en Flandes.

Aurora era una joven que había sido segunda doncella durante algunos años en casa de Escudero, se había casado con un tipógrafo y vivía en el Puente de Vallecas. ¡Ay, señora, qué cambiada está! No la conocería si la viese. ¡Qué delgada, qué descuidada, qué sucia! Vergüenza me dio siquiera que hubiera besado a los niños... Doña Eugenia dejó escapar un grito doloroso y se puso en pie de repente.

Andrés pasó por el pueblo despertando curiosidad, no sorpresa, porque solían acudir a la fiesta, muy celebrada en los contornos, algunos señoritos de Lada. Rosa le había dicho que la casa de la tía Eugenia estaba hacia la salida. Cuando se vio cerca preguntó por Máxima a una joven que se peinaba a la puerta de casa, delante de un espejillo roto.

El coche de la Emperatriz desapareció entre los árboles de los Campos Elíseos; nosotros montamos en el ómnibus que va á la Plaza de la Bastilla, y á los quince minutos nos encontrabamos en nuestra fonda. Un amigo que nos acompañaba me preguntó con mucho interés durante el camino: ¿Morirá en Paris la Emperatriz Eugenia? Yo dije: no lo .

Para es un misterio. La mayor parte de los hechos de que se compone la novela de Balzac titulada Eugenia Grandet son corrientes, vulgarísimos, prosaicos; no obstante, esta novela causa emoción profunda y puede considerarse como una de las producciones más peregrinas del ingenio de este siglo. Análogos hechos en otras novelas nos dejan fríos, si es que no nos producen tedio.

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