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Actualizado: 9 de junio de 2025


Fué D. FRANCISCO Consejero de Estado y Guerra, Embajador Real en la Córte de Alemania, cerca del emperador Ferdinando II. Mayordomo Mayor de Doña Isabel Clara Eugenia, Infanta de España, Señora propietaria de los Estados de Flandes, y despues de la muerte de esta Princesa Gobernador de los mismos Estados por el Rey Felipe IV, y Generalísimo de sus Armas, mientras no fué á gobernarlas el Cardenal Infante Don Fernando, hermano del Rey.

Desde ayer estoy en este pueblo con Cecilia y Eugenia; el tiempo es magnífico; he querido venir a gozar de una hermosa mañana de primavera, y lo he conseguido por completo. Hoy, desde que me he levantado, he estado en mi jardín por espacio de más de tres horas leyendo, rezando, reflexionando y dando gracias a Dios por sus beneficios, que procuro aprovechar tan bien como es posible.

La tía Eugenia y Máxima los contemplaban sonriendo maliciosamente. A las once se celebraba la misa solemne de la parroquia, y como ya habían repicado la segunda vez, todos en la casa se dispusieron a salir para oírla. La tía Eugenia, Andrés, Rosa, Máxima y un sobrinito que tenían consigo se echaron fuera de casa, dejándola cerrada.

Narró todo lo que había sucedido en el Sotillo en tono dramático y con reticencias adecuadas para infundir las sospechas que atormentaban su espíritu. Escudero escuchó el relato sin pestañear. Doña Eugenia bastante distraída.

Eugenia se asomó a ellos para ver pasar los coches que se dirigían a la Opera o al teatro Francés; de pronto lanzó Eugenia un grito, diciendo: «¡Mamá, ven, creo que veo a AlfonsoCorrí a la ventana y le reconocí efectivamente: iba en un elegante cabriolé que él mismo guiaba, acompañado de otro joven: su aire era alegre y animado, lo cual me quitó gran parte del pesar que me oprimía; acababa de ver que estaba bien.

Eugenia estaba encantadora: llevaba un vestido de tul bordado, un velo de raso blanco, una guirnalda de lirios y rosas blancas y un ramo de las mismas flores; estaba verdaderamente hermosa. Su marido, que tiene una arrogante figura, iba radiante de satisfacción.

Doña Eugenia era una mujer económica, pero había adquirido un vicio considerable, el del papel. Cada día más enemiga de los microbios y resuelta a darles guerra crudísima mientras le quedase un soplo de vida, desde hacía algún tiempo ni daba la mano a nadie sino enguantada ni tocaba objeto alguno si no era interponiendo entre los bacilus y sus dedos un papel.

Clara, la hermana mayor, es pacífica y callada, y dice que á todo prefiere el silencio del claustro. Eugenia, la menor, es, al contrario, más viva y resuelta, agradándole el trato del mundo, razón suficiente para que su padre se proponga casarla antes.

Mi madre está de vuelta a París, y ya ha salido de España. 2 de octubre. Me encuentro en Saint-Point desde ayer, en compañía de Alfonso, Cecilia y Eugenia; durante el viaje los niños se han divertido mucho. Alfonso, particularmente, estaba embriagado de alegría al verse caballero en una mula. Hemos cogido las uvas del emparrado, de las cuales sacaremos dos toneles de vino.

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