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Actualizado: 9 de junio de 2025


La mujer sobresaliente que encontramos dentro de estas aletargadas ciudades; la que resume, á nuestro juicio, el espíritu de sus costumbres y el carácter de su poesía; la que no se parece á ninguna de la capital ni de los campos, es cualquiera de las dos ó tres más distinguidas señoritas de la mencionada relativa aristocracia; la hija de tal ó cual usurero ó espetadísimo señor, montado á la antigua española; la Eugenia Grandet, en fin, de aquellas poblaciones medio agarenas, medio milenarias, tan diferentes de las que riega el Loira.

Eugenia, absorbida por completo en las reflexiones que han hecho nacer en ella los dos espectros, ni hace mucho caso de la cólera de su padre, ni presta grande atención á las pretensiones de su amante. No mucho después, se juntan en la casa de Filipo cierto número de mancebos y doncellas para una fiesta y una especie de academia poética en honor del príncipe Cesarino, hijo del Emperador.

Al saber esto, me he puesto en camino inmediatamente para París, en compañía de mi segunda hija, Eugenia, de quien he hecho mi confidente. He tomado de la gaveta de mi marido todo el dinero que dejó en ella cuando salió para Borgoña, donde se encuentra en casa del abate Lamartine. Mi amiga, madame Paradis; mi cuñado, M. de Lamartine, y mis cuñadas, me proporcionarán más.

; has estado en la oficina y todos esos empleados suelen tener microbios. ¡Mis empleados no tienen microbios! replicó Escudero saliendo por el honor de su dependencia. Todo el mundo los tiene. En esa botella hay una solución de sublimado. Doña Eugenia hablaba con tal autoridad y firmeza que parecía no admitir la posibilidad de una réplica.

Obdulia devoraba con los ojos al narrador, cuando este refería con hiperbólicos arranques las maravillas de la gran ciudad, nada menos que en los esplendorosos tiempos del segundo Imperio. ¡Ah! ¡la Emperatriz Eugenia, los Campos Elíseos, los bulevares, Nôtre Dame, Palais Royal... y para que en la descripción entrara todo, Mabille, las loretas!... Ponte no estuvo más que mes y medio, viviendo con grande economía, y aprovechando muy bien el tiempo, día y noche, para que no se le quedara nada por ver.

En la escena primera vemos á Eugenia, maestra de filosofía en Alejandría, reflexionando en su estudio sobre las palabras de la epístola de San Pablo: Nihil est idolum in mundo, quia nullus Deus est nisi unus.

Para son idénticas... La una como la otra, esta como aquella. ¿Pero quién es? La Emperatriz Eugenia... ¿Pero no la ven? No lo había más que en casa de Laurent, y no lo daban por menos de una peseta... Forzoso adquirirlo, demostrar a Obdulia la similitud... D. Frasquito, por la Virgen, mire que vamos a creer que está ido... ¡Gastar la peseta en un retrato!...».

Escudero montó en cólera, una cólera ciega. «¡Cómo! ¿Qué formalidad era aquélla? ¿No sabían que ya estaba agotado el presupuesto de los gastos de boda, que no se podía andar en los libros, que él era un hombre de negocios, un hombre de ordenDoña Eugenia viéndole tan irritado determinó pagar con sus ahorros aquella suma y dejar en paz los libros de su esposo.

Prepárase la fiesta; acude la muchedumbre al templo, y se presenta la estatua de la presunta muerta; pero entonces se descubre Eugenia, no para recibir la adoración, que se tributa á su imagen, sino para confesar públicamente, aunque con humildad, su fe en el Salvador; no para disfrutar de las grandezas terrenales, que Cesarino le ofrece en sus brazos, sino para sufrir el martirio.

Poseía la blonda señorita, algo, o mucho, de la singular belleza de dos mujeres muy célebres y admiradas entonces: Adelina Patti y la Emperatriz Eugenia. Alta, delgada, esbeltísima, «ideal», como acostumbran a decir los poetas, en Gabriela se juntaban maravillosamente la frescura de una arrogante juventud y los encantos misteriosos de una belleza apacible y casta.

Palabra del Dia

rigoleto

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