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La guerra de Bolívar pueden estudiarla en Francia en la de los chouanes; Bolívar es un Charette de más anchas dimensiones. Si los españoles hubieran penetrado en la República Argentina el año 11, acaso nuestro Bolívar habría sido Artigas, si este caudillo hubiese sido, como aquél, tan pródigamente dotado por la naturaleza y la educación.

¿Cómo que no? interrumpióme Neluco . ¿La conoce usted a fondo por si acaso? No, señor le respondí. ¿Y le parece a usted añadió poco entretenimiento el de estudiarla de ese modo, no sólo para conocerla, sino para mejorarla? Porque a usted le hemos de exigir también prosiguió el mediquito bromeándose , que la mejore, y la mejorará seguramente.

No era posible aumentar la amistad que les unía; pero este rasgo contribuyó mucho a afianzarla y, además, hizo que fuera su trato más frecuente, por la índole del trabajo que les ocupaba. Así, los que de muchachos comenzaron juntos a corretear por las calles y pisar las aulas del Instituto; los que juntos pensaron seguir una carrera de las reservadas a gente, si no poderosa, al menos acomodada, juntos también, forzados a renunciar a ella, emprendieron la pendiente áspera, y a veces sin fin, que suben en la vida los que se mantienen por sus manos. Menudearon con esto las idas de Millán a casa de Pepe, y aquél, que cuando chico no paró ojos en la hermana de su amigo, fue luego encariñándose con ella hasta que, insensiblemente, como a veces quiere el amor que sean estas cosas, se fijó en lo bonita que era, consideró las pocas exigencias que había de tener mujer tan hecha a batallar con la necesidad, y pensó que le convenía para propia. Como esta idea fue resultado de mucho mirar a Leocadia, hablar con ella y observarla, buscando ocasiones en que estudiarla el genio, lo notaron los padres y el mismo Pepe; de suerte que casi antes de que Millán demostrara su amor con atenciones y cuidados, ya ellos lo habían sorprendido sin enojo en sus impaciencias y miradas. Leocadia empezó a recibir las pruebas del afecto de Millán con el agrado natural que tiene la mujer para acoger las primeras palabras dulces que escucha; contenta, satisfecha, casi agradecida, mas sin que el querer produjera en ella impresión tan honda como la que estaba haciendo en Millán.

Mas, ¿dónde hallar en la democrática ciudad de Buenos Aires una princesa pálida y triste, para estudiarla? ¿Dónde el albatros volando sobre embravecidas olas? ¿Dónde el gótico cementerio y el campo de asfodelos, iris blancos y los lises rojos?... Sólo cisnes en un lago verdinegro, eso si podía observar a gusto, en la estancia de su padrino, por ejemplo... ¡Eureka!

Para adquirir el concepto total de la cordobesa es menester estudiarla en sus diferentes clases y estados: desde la gran señora hasta la mujer del rudo ganapán, desde la niña hasta la anciana, desde la hija de familia hasta la madre o la abuela; y verla y visitarla, ya en la antigua y espléndida capital del Califato; ya en la Sierra, al Norte del Guadalquivir, abundante en minas y en dehesas selváticas y esquivas; ya en la campiña ubérrima, donde hay lugares populosos y hasta lindas ciudades, y donde la riqueza, el bienestar y la cultura son mayores.

En su primera época de estudiante, casi niño, no fue Pepe de esos muchachos que se sientan lo más cerca posible del maestro, aprendiendo de memoria, como loros, cuanto se les manda, antes por obediencia y aplicación irreflexiva que por verdadero amor a estudios que aún no entienden; pero tenía inteligencia sobrada para comprender que había de llegar un día en que de todas aquellas asignaturas y materias, que juntas querían meterle por fuerza de golpe en la cabeza, tendría que fijarse en alguna, decidirse y estudiarla, confiando a la perseverancia en el trabajo su porvenir y el amparo de los suyos.

En la Plazuela del Águila se eleva un hermoso edificio greco-romano, que colegimos sería la famosa Iglesia de las Agustinas, de que tanto habíamos oído hablar en Madrid. Ni por un instante nos ocurrió penetrar en ella, sino que dejamos su examen para la tarde ó para el día siguiente, á fin de estudiarla con el debido detenimiento.

Hoy, añadiría al señor Ministro de Ultramar, es preciso variar la forma de ser de la prestación personal, y para hacerlo y hacerlo con cordura es preciso oir antes no á los que la conocen en teoría, sino á los que han tenido necesidad de estudiarla y bregar con ella en la práctica en sus menores detalles.

Á estas últimas palabras Sorege prorrumpió en una carcajada que produjo un ruido falso. Su mirada pasó por los entreabiertos párpados hasta fijarse en la cara de Tragomer para estudiarla con inquieto cuidado. Usted es, dijo, una verdadera amazona, miss Maud... Pero esas cosas no se hacen tan cómodamente como usted cree.

Para apreciar en conjunto la arquitectura de la montaña, hay que estudiarla y recorrerla en todos sentidos, subir á todos los peñascos, penetrar en todos los alfoces. Es un infinito, como lo son todas las cosas para quien quiere conocerlas por completo.