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Actualizado: 15 de junio de 2025


«En estas primeras conferencias, se decía el Magistral no se trata aún de estudiarla bien a ella, sino de hacerme agradable, de imponerme por la grandeza de alma; debo hacerla mía por obra del espíritu y después... ella hablará... y sabré lo del Vivero, que me parece que no fue nada entre dos platos».

Bajo la impresion de esta idea, sentia que mi existencia iba á trasformarse al dejar el suelo de la patria, confiarme a la providencia del vapor, cruzar el inmenso piélago y descender sobre las costas de Europa, en busca de la luz, el movimiento, la vida intelectual y moral, los tesoros del arte, las maravillas de la industria y todo lo que constituye este caudal de las tradiciones y los triunfos de la humanidad que se llama la civilizacion europea. ¡Quién me dijera entónces que al tocar la realidad y estudiarla atentamente, muchas de mis ilusiones se disiparían; que este viejo mundo me habría de parecer muy inferior á lo que los libros me lo habian hecho soñar; y que al comparar á la pobre y atrasada pero hermosa Colombia española con la opulenta y refinada Europa, mi espíritu, mejor esclarecido, acabaría por estimar infinítamente mas al pueblo del Nuevo Mundo, á quien, á pesar de los defectos heredados, la democracia ha ennoblecido y adelantado, relativamente al tiempo, mucho mas que las instituciones aristocráticas á las sociedades europeas.

Rostro de virgen... instruída, inteligente, modesta... no digo ella; su misma institutriz es una persona ejemplar... una verdadera perfección... Créeme, dedícate a estudiarla... ¡obsérvala, hijo mío! Se lo prometo a usted, tía. Bueno, ahora vete, tengo que escribir... mira, dile a Beatriz que venga.

Como usted lo oye... «Amado Julio le he dicho... ¡tan íntima es nuestra amistad!... He tenido el gusto de conocer a la señorita de La Treillade en casa de mi tía, durante una temporada de campo... con ese motivo tuve la ocasión de estudiarla, descubriendo en ella una dulzura, una sensibilidad, y permítame la expresión, señorita... un candor... que exigen los mayores miramientos.

No exagero nada dijo Teodoro, con brío . Señora, oiga usted y calle.... Voy a poner cátedra de esto.... Oíganme todos los pobres, todos los desamparados, todos los niños perdidos.... Yo entré en los Escolapios como Dios quiso; yo aprendí como Dios quiso.... Un bendito padre diome buenos consejos y me ayudó con sus limosnas.... Sentí afición a la medicina.... ¿Cómo estudiarla sin dejar de trabajar para comer? ¡Problema terrible!... Querido Carlos, ¿te acuerdas de cuando entramos los dos a pedir trabajo en una barbería de la antigua calle de Cofreros?... Nunca habíamos cogido una navaja en la mano; pero era preciso ganarse el pan afeitando.... Al principio ayudábamos... ¿te acuerdas, Carlos?... Después empuñamos aquellos nobles instrumentos.... La flebotomía fue nuestra salvación.

Si así no fuere, ¿cómo será posible explicar que durante largos siglos, se hayan visto escuelas tan organizadas, como disciplinados ejércitos agrupados al rededor de una bandera? ¿Cómo es que una serie de hombres ilustres por su saber y virtudes, viesen todos una cuestion de una misma manera, al paso que sus adversarios no ménos esclarecidos que ellos, lo veian todo de una manera opuesta? ¿Cómo es que para saber cuáles eran las opiniones de un autor, no necesitásemos leerle, bastándonos por lo comun la órden á que pertenecia, ó la escuela de donde habia salido? ¿Podria ser ignorancia de la materia, cuando consumian su vida en estudiarla? ¿Podria ser que no leyesen las obras de sus adversarios?

Palabra del Dia

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