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Allá por los años de 1734 paseábase muy risueña por estas calles de Lima, Mariquita Martínez, muchacha como una perla, mejorando lo presente, lectora mía. Paréceme estar viendo, no porque yo la hubiese conocido, ¡qué diablos!

En la calle de Harinas existía una posada de las más acreditadas de la ciudad y de la que era dueño un matrimonio que tenía cierto capital, pacíficamente adquirido en el ejercicio de su comercio. La esposa era, según las memorias, mujer muy hermosa, y á lo que parece, debía de estar prendada de su marido, y ser, á más, honesta y muy cumplidora de sus deberes.

Adoptada esta disposicion, se consultan infinitos bienes en favor de la humanidad, de los pueblos territoriales, de la provincia de Santa , Còrdoba y Cuyo. Se asegura el tránsito del comercio con el Perú y Chile, y toma la de Buenos Aires la parte que le toca en su suelo; quedando la gloria al Superior Gobierno de las Provincias Unidas, haber sacado, en el término de mayor premura á que ha querido reducirle el génio de la discordia, los frutos mas ventajosos de sus meditaciones, y una felicidad pública, que no ha podido estar

Alguna vez tuvo que acusar, mal de su grado, a un sacerdote indigno, de delitos contra la honestidad; y si bien en el fondo procuró estar fuerte, terrible, implacable, no hubo modo de que su lengua usase epítetos duros, ni siquiera enérgicos ni aun pintorescos, llegando en el mayor calor del ataque a llamar a su contrario «el mal aconsejado presbítero, si se le permitía calificarle así». «Mal aconsejado decía después D. Diego explicando el adjetivo ; esto es, que yo supongo que el presbítero no hubiese caído en tales liviandades a no ser por consejo de alguien, del diablo probablemente». Tenía el abogado Valcárcel que luchar en sus discursos forenses con el lenguaje ramplón y sobrado confianzudo que se usaba en su tierra, y que aun en estrados pretendía imponérsele; mas él, triunfante, sabía encontrar equivalentes cultos de los términos más vulgares y chabacanos; y así, en una ocasión, teniendo que hablar de los pies de un hórreo o de una panera, que en el país se llaman pegollos, antes de manchar sus labios con semejante palabrota, prefirió decir «los sustentáculos del artefacto, señor excelentísimo». A estas cualidades, que le habían conquistado las simpatías y el respeto de toda la magistratura, unía el don no despreciable de una felicísima memoria para recordar fechas con exactitud infalible, y así, había más números en su mollera que en una tabla de logaritmos.

No estaba, sin embargo, D. Luis todo lo seguro y tranquilo que debiera estar, después de haberse resuelto a imitar a San Eduardo. Hallaba aún cierto no qué de criminal en aquella visita que iba a hacer, sin que su padre lo supiese, y estaba por ir a despertarle de su siesta y descubrírselo todo. Dos o tres veces se levantó de su silla y empezó a andar en busca de su padre; pero luego se detenía y creía aquella revelación indigna, la creía una vergonzosa chiquillada.

Por primera vez he leído un libro de Pereda al mismo tiempo que el público, y sin estar iniciado previamente en el secreto del autor.

Era la casa toda de los visitantes, por no estar en ella entonces sus dueños, que eran como de la familia de Juan Pedro, al anochecer, salía de caza, porque era el tiempo de la de los conejos, por allí abundantísimos.

¡Ah! maese Marner dijo Dolly , no tenéis necesidad de comprarle más que un par de zapatos; tengo las enaguas que Aarón llevaba hace cinco años, y no valdría la pena emplear el dinero en comprar ropas de criatura, porque la niña que Dios la bendiga va a crecer como la hierba en el mes de mayo, podéis estar cierto.

Cuando el viento soplaba con fuerza impidiéndome estar a orillas del agua, me encerraba en el patio del lazareto, un patio pequeño y melancólico, todo él perfumado por el aroma del romero y del ajenjo silvestres, y allí, junto al lienzo de las vetustas paredes, dejábame invadir por el vago olor de abandono y de tristeza que envuelto en los rayos del sol flotaba entre los aposentos de piedra, abiertos por todas partes como tumbas antiguas.

Sin embargo, no creo estar equivocado al afirmar que ambos habíamos tenido la esperanza de encontrar la clave del notable secreto que de una manera desconocida había conseguido, aun cuando no era creíble que un objeto tan valioso lo hubiera tenido en su equipaje.