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¡Qué militar tan valiente que no puede con una cesta de ropa! exclamaba la niña en el colmo de la alegría. ¡Quisiera yo ver aquí a Prim y a Espartero y hasta al mismo Napoleón! Esta no es una cesta cualquiera... Hay aquí lencería para un regimiento... ¡Quita allá! Si no fuese que me haces reír, yo sola era capaz de llevarla. Después de mucha risa y no poca brega, llegó la cesta a su destino.

Miró a uno y otro lado del pasillo, vio que nadie venía, y cogiendo a la avispa por el talle, a riesgo de quebrarle un ala, la atrajo hacia y le plantó en el cuello un beso como no se lo había dado a mujer alguna desde la regencia de Espartero, exclamando: ¡ vas a ser mi perdición! ¡Y usted la mía! repuso ella con la voz trémula, como desposada que viera descorrerse las cortinas del tálamo.

Ya lo supongo contestó el Canciller abriendo los brazos; cerrándolos repetidas veces. ¡Oh, desgraciados, desgraciados! exclamaron en coro los Emperadores, Espartero y demás personajes. Y menos desgraciada yo añadió la dama, que encontré un protector y amigo en el valeroso y constante Migajas, que supo librarme del bárbaro suplicioPacorro se puso colorado hasta la raíz del pelo.

Su padre era un progresista ridículo, que se entusiasmaba hablando de Espartero; su hermano un demagogo ateo, de los que hacen burla de Dios y la Divina Providencia; su madre una pobre señora, a quien se le figuraba ser santa porque era hacendosa, y Leocadia una chicuela presumida, que se pasaba la mañana embandolinándose el pelo.

Háblale de Espartero, elogia a la milicia nacional, quema incienso en honor del difunto partido progresista. Por último, aunque te parezca ridículo, enamórala por lo fino.

Tirso había comprado una cromo-litografía de la Virgen de Lourdes con marco de moldura dorada, colocándola encima del retrato de Espartero. Esto dijo Pepe sería sencillamente ridículo si anduviésemos sobrados de dinero: teniendo tan poco, me parece falta de juicio; pero allá él.

A punto estuvo Thiers de incomodarse, pues la benevolencia de su amigo como que parecía preludio de una defección. Siguió Bringas desfogando su ira contra los progresistas, la Milicia Nacional, Espartero, sin olvidar el chas-cás; contra el titulado Himno de Riego, contra los llamados demócratas y todo bicho viviente, hasta que Pez, hastiado, llevó la conversación al asunto de su viaje.

Vuelto Rodil a su patria, lo trataron sus paisanos con especial distinción; y fué el único, de los que militaron en el Perú, a quien no aplicaron el epíteto de ayacucho con que se bautizó en España a los amigos políticos de Espartero.

Para los momentos en que Tellagorri estaba un tanto excitado o borracho, tenía otra canción bilingüe, en que se celebraba el abrazo de Vergara y que concluía así: ¡Viva Espartero! ¡Viva erreguiña! ¡Ojalá de repente ilcobalizaque Bere ama ciquiña! Este adjetivo, dirigido a la madre de Isabel II, indicaba cómo había llegado el odio por María Cristina hasta los más alejados rincones de España.

Un Hércules en los tiempos prehistóricos, un Cid en los tiempos caballerescos, serían un Quijote en los tiempos de la partida doble y el tanto por ciento. Un Espartero y un Mendizábal, por el contrario, hubieran sido en aquellas épocas remotas, prestamista judío el uno, cuadrillero de la Santa Hermandad el otro.