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Actualizado: 20 de julio de 2025


¡Ay! ¡ay! observó la poetisa; eso de las murgas es deplorable. Ya ha vuelto usted á caer en la sentinaAl oir esto, otro de los personajes que me escuchaban rompió por primera vez su silencio, y con atronadora voz, dando en la mesa un puñetazo que nos asustó á todos, dijo: «No está sino muy bien, magnífico, sorprendente.

Lorenzo y Ricardo escuchaban a Melchor como reos ante una acusación irreducible, mientras Baldomero pensaba que su presencia era inconveniente en aquel momento, en que comprendía instintivamente que Melchor desempeñaba una función trascendental. Bueno, don Melchor, voy a dejarlos. ¿Ya se va, Baldomero? ¿no quiere una copita de coñac? Gracias, don Melchor, no tomo. ¡Tome!

Se escuchaban los pasos precipitados de dos hombres que se acercaban á la carrera. ¿Quién va? dijo Quevedo. El cocinero de su majestad contestó una voz angustiosa. ¿Y quién más? repitió Quevedo. Fray Luis de Aliaga contestó otra voz. ¡Ah, bien venido seáis! He aquí, doña Clara, que Dios nos envía amigos. Pero doña Clara no contestó. Helósele la sangre á Quevedo.

Con la marcha del estudiante acababan en casa de los Luna las veladas, en las que el campanero, el pertiguero, los sacristanes y demás empleados del templo escuchaban la voz clara y bien acentuada de Gabriel, que les leía como un ángel, unas veces las vidas de los santos, otras los periódicos católicos que llegaban de Madrid, y en ciertas noches un Quijote con tapas de pergamino y ortografía anticuada, venerable ejemplar que había pasado en la familia de generación en generación.

No nos parece esta ocasión oportuna de indicar ahora otras hipótesis acerca de la manera, en que los joglares debieron recitar sus narraciones delante de los que los escuchaban. Se podría sostener que mientras un cantor recitaba el romance, representaban pantomímicamente los bufones y remedadores el suceso referido.

Que la fábula fuese sin ornato, Sin artificio y pobre de argumento, No la escuchaban con desdén ingrato. El pueblo recibía muy contento Tres personas no más en el tablado, Y á las dos solas explicar su intento.

El cantar de Preciosa fué para admirar a cuantos la escuchaban. Unos decían: "¡Dios te bendiga, la muchacha!" Otros: "¡Lástima es que esta mozuela sea gitana! En verdad en verdad que merecía ser hija de un gran señor."

Reía con alegría de niña educada aristocráticamente, al enterarse de las vulgares diversiones de aquellos ricos de la víspera, que, no hacían más que seguirlas huellas de su padre. Todos escuchaban al doctor, el cual, con suave ironía, describió los banquetes pantagruélicos de las minas, con sus lluvias de Cordón Rouge.

Cuando se presentaba en el espacioso comedor, a la hora de la cena, que es la hora de las expansiones, los hijos se ponían de pie; las mujeres, acoquinadas y silenciosas; el varón, nervioso y temblando, y eso que gastaba barbas; el padre hablaba cuando lo tenía por conveniente, y los hijos escuchaban y callaban; no había discusión de temas, ni intercambio de ideas; a una pregunta, una respuesta y otra vez el silencio.

Había interrumpido su monólogo, que sólo escuchaban las masas de negra vegetación, los bancos solitarios, la sombra azul perforada por el temblor rojizo de los faroles, la noche veraniega con su cúpula de cálidos soplos y siderales parpadeos.

Palabra del Dia

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