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Actualizado: 20 de julio de 2025
En Junio del citado año de 1635 doña Catalina de Erauso vestida con su traje militar, paseó las calles de la capital de Andalucía, excitando la curiosidad de todo el pueblo, y siendo recibida en las casas más principales, donde suspendía á cuantos la escuchaban con el relato de sus novelescas aventuras.
Unos le escuchaban sin hacerle caso; otros, que habían visto de lejos el exterminio realizado por el gigante ante la cárcel, gritaban venganza.
Sólo se oía hacia la parte del gabinete el quejido metálico de los rodajes del reloj, y un silencio sepulcral reinaba en el espacio a cada interrupción del diálogo. Diríase que los objetos escuchaban. Has vivido siempre apartado de nosotros prosiguió Pepe y no sabes que el amor que une a los tuyos es más fuerte que el delirio de vuestra fe.
Todos escuchaban con deleite esta voz de esperanza que refrescaba los corazones antes de que se entregasen á las angustias de la ruleta y el «treinta y cuarenta». Hablaba con la autoridad de un hombre bien relacionado y que puede saberlo todo. «Conocía á Wilson»; él mismo acababa de declararlo.
Y, dicho esto, el médico prorrumpió en una carcajada estentórea; todos los que escuchaban sintieron un momentáneo escalofrío. Habiendo conseguido dar aquella broma agradable, el doctor Lorquin añadió en tono más serio: Hullin, yo debía tirar a usted de las orejas. ¿Por qué, cuando se trata de defender la patria, no se acuerda de mí? He tenido que enterarme por otras personas.
Muchas veces, en el mes de Mayo, cuando pasaban Tellagorri y Martín por la orilla del río, al cruzar por detrás de la iglesia, llegaba hasta ellos las voces de las niñas, que cantaban en el coro las flores de María. Emenche gauzcatzu ama Escuchaban un momento, y Martín distinguía la voz de Catalina, la chica de Ohando. Es Cataliñ, la de Ohando decía Martín.
En los días sucesivos se alteraron un poco sus hábitos. Estaba mucho menos tiempo fuera de casa: dentro no se escuchaban aquellos juramentos y amenazas que por el más insignificante descuido dejaba escapar de su boca: se levantaba tarde, se acostaba temprano: jugaba largas horas al rentoy con los parroquianos, y en las disputas que el juego suele engendrar mostrábase tolerante y conciliador.
Ramiro sonriose. El canónigo sacó entonces una moneda de plata y se la alargó a la mujer. La morisca tomola temblando y comenzó a alejarse lentamente. Un instante después, maestro y discípulo escuchaban el rodar de la moneda sobre los guijarros.
¡Lejos de aquestos tutelares muros, Los compañeros de mi edad feliz, No serán a tu amor jamás perjuros; Se acordarán de ti! Un aplauso general salió del grupo de los niños, como un grito de entusiasta asentimiento. Los grandes no aplaudían; con el alma en los ojos y las lágrimas en estos, escuchaban inmóviles.
Volvía la Marquesa, toda de negro, de pedir en la mesa de Santa María con Visitación; volvía también Obdulia Fandiño que había pedido en San Pedro, a la hora en que visitaban los monumentos los oficiales de la guarnición; y todas aquellas señoras, en el gabinete de la Marquesa reunidas, escuchaban pasmadas lo que solemnemente decía el gran Constantino, doña Petronila Rianzares, que había recaudado veinte duros en la mesa de petitorio de San Isidro.
Palabra del Dia
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