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Actualizado: 20 de julio de 2025
Salú, don Isidro dijo con acento andaluz . Ya nos extrañábamos un poquiyo de no verle esta tarde por aquí. Volvió a sentarse entre un grupo de jóvenes españoles, unos con boina, otros con amplio sombrero, que le escuchaban, sonriendo, admirativamente.
Porque aquellas diosas escuchaban la ferviente plegaria de los peregrinos que venían á postrarse al pie de su pedestal, inmóviles, frías, sin dignarse siquiera posar sobre ellos la mirada; porque aquellas diosas, como usted, no amaban á nadie. ¡Á nadie, á nadie! ¡Qué feliz me hace este pensamiento! Pero qué triste felicidad debe ser ésta, ¿verdad, condesa?
Entre los que la larga plática escuchaban, estaban los dos alcaldes del pueblo, ambos ancianos, pero no tanto el uno como el otro.
Ni en las mangas del chaquetón ni en parte alguna del traje usaba el menor distintivo; pero, en cambio, su caballo era la mejor de las tres bestias. A juzgar por los ademanes que hacía y la respetuosa atención con que los otros le escuchaban, debía ser el que acuadrillaba la partida. Lo que pasó luego fue horrible crueldad.
Y cuando él vio el fracaso de aquella intentona y palpó la dolorosa realidad, se fue a Caracas, la ciudad de Bolívar, y allí agrupó en torno suyo numerosos admiradores y amigos. En Caracas dio clases de oratoria a una juventud valiosa. Varias veces a la semana y por espacio de dos horas, vibró su voz elocuente en mitad de sus alumnos que lo escuchaban maravillados.
Petrov se rió recelosamente y, apretando el pedazo de hielo que llevaba en el bolsillo, volvió de puntillas a su sitio, detrás de un árbol, donde se sentía en seguridad relativa en caso de un ataque súbito. En general, los enfermos charlaban mucho y se complacían en la charla; pero apenas habían cambiado las primeras palabras, no se escuchaban ya los unos a los otros, y hablaba cada uno para sí.
Hizo una pausa para darse cuenta de si la escuchaban. No lo supo con certeza. El agente permanecía rígido y silencioso, como un buen soldado, junto al comisario.
Va por la inmensidad, arrastrándonos; marcha hacia lo desconocido, sin tropezar con otros cuerpos, encontrando siempre espacio para caer con una rapidez cuyo cálculo da vértigos, y esto dura miles y millones de siglos, sin que él y la Tierra, que le sigue en su fuga, pasen dos veces por el mismo sitio. Escuchaban todos a Gabriel con la boca abierta por el asombro.
Piense, señor, que es usted todavía un hombre relativamente pobre, pero que dentro de media hora será más rico de lo que se ha forjado en sus más extravagantes sueños... que tendrá millones, como sucedió con Burton Blair. Le atendía atónito, dando apenas crédito a lo que mis oídos escuchaban. Sin embargo, ¿para qué me servía poseer riquezas fabulosas, ahora que había perdido a mi amor?
Y así que la hubo bebido comenzó a soltar con calma una serie de silogismos en latín que haría estremecer a Tito Livio en su tumba. Los compañeros le escuchaban con poca atención, pero movían la cabeza afirmando.
Palabra del Dia
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