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Creyó a puño cerrado cuanto el pícaro la afirmó, y desde aquel instante quedó indefensa esclava suya, como el pájaro de la sierpe que le fascina y aterra. La hacienda, la vida: todo le parecía poco para comprar el silencio del infame y poner entre él y su hija un muro tal, que ni las águilas fueran capaces de volar tan alto. Y todo se fue haciendo como el bribón lo pedía.

Mencionaremos, entre ellos, á Las flores de Don Juan, cuyo protagonista, en lo relativo al carácter, nos encanta por su fuego y su ternura; La moza de cántaro, Querer su propia desdicha, y sobre todos, La esclava de su galán, bellísimo drama en que descuella una mujer de singular grandeza de alma y pronta á sacrificarse por su amante.

Sin embargo, iré, a pesar de todo, si es verdad que está usted enfermo y que no puede salir. ¿Dónde le podré hablar? Estoy segura de que por caridad a lo menos no dejará sin respuesta mi carta. Y si la deja, allá voy. Su mejor amiga, su esclava, según ha jurado y sabrá cumplir. De Pas dejó de sentir sus dolores, no pensó siquiera en esto; miró al cielo, iba a obscurecer.

Era el Oriente que entraba en Europa, no como los monarcas asirios, por la Grecia, que les repelía, viendo en peligro su libertad, sino por el extremo opuesto, por la España, esclava de reyes teólogos y obispos belicosos, que recibía con los brazos abiertos a los invasores. En dos años se enseñorearon de lo que luego costó siete siglos arrebatarles.

Yo te digo que eres un ángel... Mira, hasta ahora no se ha hecho en la casa más voluntad que la mía. Has sido una esclava. De hoy en adelante no se hará más que tu voluntad. El esclavo seré yo». El primer día de lo que llamaremos el reinado de Golfín, D. Francisco se hizo traer a la cama la caja del dinero, para sacar por mismo, como de costumbre, el del gasto diario.

La pobre muchacha gemía, sin apartar de él sus ojos lacrimosos, como si fuese una divinidad en la que ponía todas sus esperanzas. Empezó á sentir la cólera de un celoso al ver que miss Margaret Haynes se preocupaba tanto de Ra-Ra y lloraba por su suerte. Yo seré su esclava decía la joven ; pero sálvelo. Que él viva, aunque yo pierda mi libertad para siempre.

Los instantes de dicha y de abandono, ciclo de la pasion; la duda inquieta del desden fingido, tormento abrasador, que con lágrimas baña las pupilas y de ira el corazon; el tembloroso afan de la respuesta y del primer favor; el nervioso delirio de los celos, que turba la razon. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mas ¿dónde hallar una mujer que sepa comprender mi dolor? ¿Dónde encontrar una mujer, esclava del mismo afan que yo? ¿Una no habrá en el mundo que me escuche, que sienta así el amor? ¿Una no habrá en el mundo, que me quiera mentir por compasion?

Ha prometido dar su mano á la esclava que le traxere un basilisco, y ya veis que yo las dexo que se merezcan tan alta honra, no habiendo nunca tenido ménos ganas de topar el tal basilisco que desde que han querido los cielos que volviese á veros.

Esclava Buenos Aires Gemía en desconsuelo, Cuando brilló en el cielo De libertad el sol, Y entre flotantes nubes El astro colocando, Dijo, su sien orlando: «¡Mirad mi pabellonLibertad, sube á tu trono De la gloria en el broquel, Agitando nobles palmas, Coronada de laurel.

La sultana que imponía leyes al adormecido Océano en la caña de su timón, era la humilde esclava del potente monstruo de los mares, que despertaba de su letárgico sueño revolviendo en sus convulsiones inmensas montañas de hirviente espuma, atronando el espacio con sus potentes mugidos. ¡El día cuatro no tuvo crepúsculo! El paso de la claridad del día á las tinieblas de la noche fué momentáneo.