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La cólera y el miedo se enseñorearon de su alma. ¿Por qué había de estar unida á un hombre á quien no quería? ¿Era su marido? No. Pues entonces, ¿qué obligación tenía de sufrirlo? El día menos pensado se le subía la fachenda á la cabeza, lo echaba todo á rodar, como otras veces, y perecía á sus manos.

Era el Oriente que entraba en Europa, no como los monarcas asirios, por la Grecia, que les repelía, viendo en peligro su libertad, sino por el extremo opuesto, por la España, esclava de reyes teólogos y obispos belicosos, que recibía con los brazos abiertos a los invasores. En dos años se enseñorearon de lo que luego costó siete siglos arrebatarles.

7 Nuestros padres pecaron, y son muertos; y nosotros llevamos sus castigos. 8 Siervos se enseñorearon de nosotros; no hubo quien nos librase de su mano. 10 Nuestra piel se ennegreció como un horno a causa del ardor del hambre. 11 Violaron a las mujeres en Sion, a las vírgenes en las ciudades de Judá. 12 A los príncipes colgaron con su mano; no respetaron el rostro de los ancianos.

28 Mas teniendo reposo, se volvían a hacer lo malo delante de ti; por lo cual los dejaste en mano de sus enemigos, que se enseñorearon de ellos; pero convertidos clamaban otra vez a ti, y desde los cielos los oías, y según tus miseraciones muchas veces los libraste.

41 Y los entregó en poder de los gentiles, y se enseñorearon de ellos los que los aborrecían. 42 Y sus enemigos los oprimieron, y fueron quebrantados debajo de su mano. 43 Muchas veces los libró; mas ellos se rebelaron a su consejo, y fueron humillados por su maldad. 45 y se acordaba de su pacto con ellos, y se arrepentía conforme a la muchedumbre de sus misericordias.

1 Y en el mes duodécimo, que es el mes de Adar, a los trece del mismo, donde llegó el mandamiento del rey y su ley, para que se pusiera por obra, el mismo día en que esperaban los enemigos de los judíos enseñorearse de ellos, fue lo contrario; porque los judíos se enseñorearon de los que los aborrecían.

Para aterrar a Hamet y a los que en la ciudad le obedecían, don Jorge de Meneses les envió un presente horrible: cincuenta cabezas de los que habían muerto atacando la fortaleza y rechazados por él. Amilanado Hamet y temiendo el incendio y saco de la ciudad y muertes innumerables si era entrada por asalto, pidió la paz, capituló, y dejó entrar a los portugueses que de la ciudad se enseñorearon.