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Actualizado: 3 de junio de 2025


Salían del atrio para adoptar fieras posturas, con las manos en la faja y la cabeza erguida, ante los grupos de mujeres. En ellos estaban las amadas atlotas fingiendo indiferencia y contemplándolos al mismo tiempo con el rabillo de un ojo. Poco a poco iba disolviéndose esta masa de gentío. ¡Bon dia!... ¡Bon dia!... Muchos no volverían a verse hasta el domingo siguiente.

Iba trémula, de un costado a otro del buque, erguida dentro de un elegante vestido de viaje, flotando sobre su espalda un largo velo y agitando un pañuelito en la diestra. Sonreía a un bote automóvil que evolucionaba en torno al trasatlántico. En la popa de aquél estaba sentado un buen mozo con pantalones de franela blanca, sombrero de paja y una flor en la solapa de su americana azul.

Se me dijo que un capellán estaba a las puertas de la prisión y que quería hablarme. Debía de ser Teobaldo; no me había engañado, en efecto. »Entró con la frente erguida, la mirada llena de expresión; y comprendiendo el santo gozo que le animaba, corrí a él diciéndole: »¡Amigo mío! ¡Padre mío! He aquí el día de la libertad: la mirada de usted me lo hace concebir.

Mirábale la joven con dulzura, entreabiertos los labios por una ligera sonrisa y á Roger le parecía oir ya la anhelada respuesta; pero en aquel momento resonó en el patio del castillo una voz potente, seguida de gran ruido de armas y pasos y el trote de los caballos. La columna se ponía en marcha. ¿Oís? exclamó la joven, erguida, brillante la mirada. Van á partir. Es la voz de mi padre.

Yo, con tantos años a cuestas: yo, que en toda mi vida no he estado enamorado más que una vez... y por más señas que lo estuve de una buena moza, con quien me habría casado a no haberla sorprendido en chicoleos con el tambor mayor, que... Don Modesto, don Modesto gritó Rosa poniéndose erguida . Honre usted su nombre y mi estado y déjese de recuerdos amorosos.

Yo habría querido dar los buenos días a algunos amigos, pero en seguida se apoderaron de , y me empujaron, gritando, hacia el aposento donde, según decían, me estaba esperando mi novia. Allí estaba ella, gallardamente erguida en su traje de seda blanca. El velo de tul la envolvía en una nube transparente, y la corona de mirto descansaba sobre sus cabellos como una corona de espinas.

Tanta erguida piedra campeando en el aire, tanta arquitectura, tanta grandiosidad, tanta nobleza, correspondían de todo punto al encomiástico dictado de «Roma la Chica.....» Era, pues, indudable que estábamos delante de Salamanca. La Estación del ferrocarril de Salamanca distará un kilómetro de la ciudad, y desde aquélla á ésta corre una hermosa calle de árboles, que sirve de paseo público.

Dormía Rosalindo en una pieza grande con siete compañeros más, pero aquella hembra dolorosa, como venía del otro mundo y todos los seres de allá dan poca importancia á las preocupaciones morales de la tierra, se metió entre tantos hombres, sin vacilación, permaneciendo erguida junto á la cama de Ovejero.

Recapituló a mi presencia el empleo de sus noches de toda la semana, pero sin mi presencia, por supuesto. ¿ Me acompañarás esta noche? le preguntó a su marido. Me pides una cosa que creo no haberte negado nunca replicó el señor De Nièvres con bastante frialdad. Me siguió hasta la puerta de su gabinete, apoyada en el brazo de su marido, erguida, confiada en aquel sólido apoyo.

Erguida, esbelta, con su largo velo de tul, con la corona de azahares en los cabellos, para ella nimbo de pureza, para Juan corona de espinas... la veía así a la bien amada, deslumbrante de belleza, y, sin embargo... cuando buscaba en el rostro del querido fantasma la sonrisa del triunfo, sólo encontraba un rostro de mármol.

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