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Actualizado: 3 de julio de 2025


Stein parecía ocupado en buscar el modo de hacer la declaración que exigía la amistad del duque. Por fin, levantando pausadamente la cabeza. Señor duque le dijo , ¿qué haríais si la señora duquesa os prefiriese a otro hombre?..., ¿si os fuera infiel? El duque se puso en pie de un salto, erguida la frente y mirando severamente a su interlocutor. Señor doctor, esa pregunta...

Una de ellas era alta y corpulenta, los cabellos rubios, la tez blanca, donde lucían unos grandes ojos negros como dos lámparas milagrosas. Sus facciones de pureza escultórica, su hermosa frente erguida con arrogancia y la grave serenidad de su mirada, no exenta de severidad, traían á la memoria la célebre cabeza de la Juno de Ludovisi.

Y puesto que él no tiene valor, yo lo tendré por los dos, y marcharé sola, con la cabeza erguida y el corazón tranquilo, a conquistar nuestro amor, a conquistar nuestra dichaDesde el primer momento, Bettina sintió su completa superioridad sobre el abate y Juan. Ellos la dejaban hablar, la dejaban obrar, sintiendo que la hora era suprema.

Fue la emoción visible en el rostro del viejo; y aun no había desaparecido del zaguán, de brazo del de la buena barba, cuando Lucía, demudado el rostro y temblándole en las pestañas las lágrimas, estaba en pie, erguida con singular firmeza, junto a la verja dorada, y decía, clavando en Juan sus dos ojos imperiosos y negros: Juan, ¿por qué no habías venido?

Muchos pasajeros iban vestidos de blanco de pies a cabeza, e igualmente de blanco los domésticos del buque, los músicos y los oficiales. Había momentos en que el castillo central parecía invadido por una tripulación de Pierrots. Pasó Mrs. Power, sola como siempre en sus matinales paseos, erguida y sin mirar a nadie, con un sombrero de tul elegante y vistoso.

Era un muchacho de rostro largo y amarillo, seco de carnes y anguloso, mirada fija y opaca, cabeza erguida y ademanes reposados, de hombre ya maduro. No era tan aplicado ni tenía las felices disposiciones de su hermano para las ciencias y las artes; mas en cambio poseía una elegancia y una distinción de modales, que tenía completamente subyugado a D. Bernardo.

Al mismo tiempo dió un paso hacia la joven; pero ella retrocedió y sacando apresuradamente otro fósforo encendió la bujía. Luego se plantó delante de él erguida, altanera, pálida, clavándole con furor sus ojos llameantes. Hubo un momento de silencio. La cólera le apretaba la garganta, no dejando salir las palabras. Al fin exclamó con voz alterada, extendiendo la mano: ¡Sal de aquí, canalla!

Todas las niñas tienen algo de usted: una postal, un verso lindo en el abanico. Y yo no tengo nada... Diga, señor, ¿es que le soy antipática? Mientras hablaba se había sentado en un sillón al lado de Fernando. Al principio mantúvose erguida; pero lentamente se recostó, hasta quedar con las piernas horizontales, mostrando su adorable bulto a través de la angosta falda.

En medio de este rayo de luz estaba una mujer erguida, esbelta, sonrosada, vestida con un hermoso traje de soirée, las nacaradas espaldas surgiendo de entre nubes de blondas, y el pecho y la cabeza deslumbrantes con el centelleo de las joyas. Luis retrocedió asombrado, protestando de la farsa. ¿Aquella era la enferma? ¿Le habían llamado para insultarle?

Guárdese los consejos para cuando los pida. Buenos días. Al subir la escalera vio en el primer rellano en la penumbra de la casa cerrada, sin otra luz que la de las rendijas de las ventanas, a su madre, erguida, ceñuda, tempestuosa, como una imagen de la justicia. Pero Rafael no vaciló.

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