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»Pero cuando su pena llegó al límite, encontró compasión y entregó su alma envenenada por una cruel preocupación. Pueda como él, todo perjuro a su juramento, sufrir de su cobarde impostura el castigoAcordándome de esta balada, he comenzado a repetir esta imprecación en voz alta y acento tan colérico, que he huido, lleno de terror, temeroso de que el cielo me oyese. 8 de septiembre.

El ruido, las luces, la algazara, la comida excitante, el vino, el café... el ambiente, todo contribuía a embotar la voluntad, a despertar la pereza y los instintos de voluptuosidad.... Ana se creía próxima a una asfixia moral.... Encontraba a su pesar una delicia intensa en todos aquellos vulgares placeres, en aquella seducción de una cena en un baile, que para los demás era ya goce gastado.... Sentía ella más que todos juntos los efectos de aquella atmósfera envenenada de lascivia romántica y señoril, y ella era la que tenía allí que luchar contra la tentación.

Hoy por la mañana, apenas me vi libre de negocios, me fuí á las cocinas... á cumplir con mi obligación... y me encontré en ellas á ese infame Cosme Aldaba... No os entiendo bien... Al resultado... al resultado. El resultado ha sido que se ha servido en el almuerzo de su majestad la reina una perdiz envenenada.

La saeta debía de ir envenenada, porque observé que Villa se inmutó un poco. Las palabras de Joaquinita fueron pronunciadas en un tonillo sarcástico que ocultaba gran irritación. Vaya, ya tenemos a la castañera picada. La dejo, no sea que me muerda. Después que se alejó, la plática recayó sobre él. Joaquinita, dominándose sincera o disimuladamente, me hizo grandes elogios de su carácter y corazón.

¿Con qué fin te incomodas, cuando pronto vas a mejorar? preguntó Reginaldo filosóficamente. Pero yo permanecí callado, reflexionando en la opinión de sir Carlos Hoare, de que la daga empleada para el crimen frustrado, había sido una vieja arma florentina, envenenada. Este mismo hecho me hacía sospechar que el cobarde atentado llevado contra mi persona, había sido obra de mis enemigos.

No; no, señor... yo creo que no... pero quien puede deciros eso... es... el tío Manolillo... el bufón del rey, que fué quien me lo dijo á . ¿Pero cómo se sabe que esa perdiz estaba envenenada? Porque ha muerto un paje que se comió lo que había quedado en los platos de la reina y del padre Aliaga. Pero si quedó en los platos, debieron comer... No, porque el tío Manolillo asustó á la reina...

La pobre Lucy era la obrera debilitada por la explotación, envenenada desde su nacimiento por la miseria; eres la hija del pueblo atraída fuera del hogar por el encanto del bienestar de los privilegiados; seducida, no por el amor, sino por el capricho de los felices, la doncella llevada en sacrificio al Minotauro, cuyos restos se arrojan después al estercolero.

Don Juan se levantó como herido por una punta envenenada.

Porque eso de decir una cosa aparentando expresar la contraria y retorcer las frases de modo que una cláusula inocente en la apariencia llevase dentro «una saeta envenenada» llenaba de admiración a don Rosendo y le volvía loco de alegría. ¡Cuántas veces al leer en La España algún párrafo por el estilo: «Ayer apareció por fin la circular del señor Presidente del Supremo a sus subordinados.

Estaba envenenada, envenenada con fósforos, y había sufrido atroces dolores durante horas enteras, callando para que el remedio llegase tarde... ¡y llegó! Al día siguiente ya no vivía. La pobrecita tuvo valor. Amaba con toda su alma al mediquín, y yo mismo leí la carta en la que el muchacho se despedía para siempre por saber de quién era hija. No la lloré. ¿Tenía acaso tiempo?