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4 y fue, y habló con los príncipes de los sacerdotes, y con los capitanes, de cómo se lo entregaría. 5 Los cuales se alegraron, y concertaron de darle dinero. 6 Y prometió, y buscaba oportunidad para entregarle a ellos a espaldas del pueblo. 9 Y ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que aparejemos?

Por fin, cierta noche en los últimos días de enero, regresando Miguel a casa, le dijo el criado al entregarle la luz: Señorito, en su cuarto está un joven que ha venido ya otras veces a verle... Llegó en mangas de camisa y sin sombrero y me pidió por favor que le dejase entrar a esperarle... No si habré hecho bien... Me dijo que le había pasado una desgracia...

Al dia siguiente supe, porque el asunto me habia interesado mucho, que el negociante interrogado habia ido, á las diez de la mañana, á casa del otro á entregarle cuarenta y cinco mil duros en renta del tres, y recibir el dinero en billetes de banco. El vendedor habia perdido mil duros para poder conseguir los quince mil prometidos de mas que no tenia en caja.

Ya hacía también aproximadamente un año que había muerto el padre de Mary, y tenía que entregar a Machín el sobre de mi tío Juan. Mi tío me recomendó que se lo diera en su mano, y pensé hacer las dos cosas al mismo tiempo: entregarle el sobre y desafiarle. No cómo se enteró el médico viejo de mi resolución; el caso fué que dijo que tenía que acompañarme. Yo me opuse, pero al fin me convenció.

Su amigo, más admirado que ofendido, le miró alejarse y rehusar al salir, con un gesto violento, la contraseña que un empleado intentó entregarle. Encogiéndose de hombros, Castilla entró en la sala. Pasó junto al palco de la niña del traje verde, caminando lentamente; luego de pasar se volvió hacia ella y la miró atentamente, con una imperceptible sonrisa.

Yo quise entregarle mi ramo calculando propicia la ocasión, pero ella no me dio tiempo. ¡Qué olor a jazmines! ¿usted los tiene? ¡Ah, qué lindo, qué lindo ramo! ¿Es para ? , Valentina... le contesté. ¡Gracias, muchas gracias! ¿Sabe que no creía que usted viniese? me dijo. ¿Por qué? Por nada, porque pensaba que no habría hecho caso a la broma de anoche.

La escoba, que aún estaba arrimada á la puerta, la puso en las manos del muchacho el joven que lo sacó de la calle, y al entregarle la escoba, le dió dos fuertes bofetadas, volviéndole á la triste realidad de la vida, al par que le decía: ¡Imbécil, cuanto acabas de dejar solo se adquiere con dinero!

Clara se acercó más a ella, volvió a entregarle su mano, que Elena besó repetidas veces con transporte, y le dijo con dulzura: Sosiégate y habla sin desconfianza. No temas que ninguna palabra ofensiva ni aun dura salga de mis labios. ¿A qué has venido hasta aquí? ¿Sabías que yo estaba? No; venía a suplicar a Visita que me dijese dónde se halla mi... dónde se halla tu hermano.

La imaginación, la loca de la casa, le ponía delante el cuadro aterrador: «Emma saltaba de la cama con su gorro de dormir, pálida, huesuda, echando fuego por los ojos y avanzaba en silencio hacia él, estrujando en la mano temblorosa un recibo que D. Juan Nepomuceno acababa de entregarle, impasible, como siempre, envuelto en la dignidad de sus patillas. ¡Lo sabía todo!

¡Oh Padre de los Maestros! dijo . Mañana tendré el honor de entregarle una traducción hecha en nuestro idioma de los versos que he encontrado en el cuaderno de bolsillo del Gentleman-Montaña. Sería deplorable que los altos señores del Consejo decidiesen su muerte.