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Actualizado: 7 de julio de 2025
Las casas dormían, pero detrás de las ventanas cerradas se adivinaba el insomnio de los ojos enrojecidos, la respiración de los pechos angustiosos por la amenaza próxima, la agilidad trémula de las manos preparando el equipaje de guerra, tal vez el último gesto de amor, cambiado sin placer, con besos terminados en sollozos.
Ambas quedaron fuertemente sorprendidas al hallarla con los ojos enrojecidos por el llanto. ¡Quién diría, hermosa, al verte con los ojos llorosos, que ha caído sobre ti la bendición de Dios! exclamó la tía Brígida poniéndole cara halagüeña. Todos los vecinos estamos alegres más que las pascuas, al ver cómo la fortuna te ha entrado por las puertas.
Su mujer salió á la puerta del cuarto con los ojos hinchados, enrojecidos, y el pelo en desorden, revelando en su aspecto cansado varias noches pasadas en vela. Acababa de marcharse el médico; lo de siempre: pocas esperanzas. Después de examinar un rato al pequeño, se había ido sin recetar nada nuevo. Únicamente al montar en su jaca había dicho que volvería al anochecer.
Se había familiarizado con la posibilidad de este suceso durante los años de su vida en las Carolinas al lado del dañador. Apenas si lloró. Permaneció anonadada, embrutecida por la sorpresa. Maltrana, al volver a casa por la noche, vio sus ojos enrojecidos, como si al encontrarse sola sintiese con más intensidad la desgracia, entregándose largas horas al llanto.
«Dije a papá que copio bellas poesías y escribo mis impresiones. Estaba resuelta a decirle todo, pero esperaba que no manifestara deseos de leerlo. Cuando me preguntó: ¿Me dejas ver? le di el libro, pero creo que me ruboricé mucho. Leyó algunas líneas, de dos o tres páginas solamente, luego cerró el libro y me abrazó estrechamente, besándome en la frente, él también con los ojos enrojecidos.
Sí, venga, Muñoz, dejémosla.... Ella es algo enferma, ¿usted no sabe? Y le miraba seria, enrojecidos por las lágrimas sus ojos verdes. Muñoz obedeció. Pero su espíritu se había turbado y le asaltó la antigua sospecha de que Adriana jamás podría quererle. Por primera vez, después de la inesperada confesión de amor en casa de Charito, le intrigó el apuro singular con que se habían llevado las cosas.
Lo importante es que usted, por obra del acaso, ya se lo he dicho antes, me ha sorprendido en mi intimidad de hombre. Todos, frailes, curas y magnates eclesiásticos, por debajo de la estameña, el merino y la púrpura, escondemos un hombre. Homo sum, digo con el pagano. Y yo volví a verle, en mi imaginación, con la aureola radiante y los pies enrojecidos.
Bajo el cielo que tomaba una tersura de esmalte, las miserables casuchas de cinc pintado parecían despertar al nuevo día con una indiferencia triste. Aquella madrugada había helado, y chicos desarrapados, descalzos, se divertían saltando sobre la escarcha y contemplándose luego los pies horriblemente enrojecidos. El pobrerío se iba amontonando frente a la iglesia.
¡Basta, basta ya! exclamó éste. Ahora vamos á comer. Se limpiaron de nuevo los ojos y salieron del gabinete. Justamente en aquel momento llegaba D.ª Robustinana diciendo en alta voz: Señor, señor, que la sopa ya está fría. Al verlos cogidos de la mano y con los ojos enrojecidos quedó sorprendida. Robustiana, aquí tienes á mi hija manifestó el capitán presentándola.
El tío Tremontorio trabajaba en sus redes al balcón algunas veces, pero siempre mudo y silencioso, cual era su carácter cuando sus convecinos le dejaban en paz y entregado á sus naturales condiciones. Los dos viejos del segundo piso se daban muy pocas veces á luz, y en algunas de ellas vi enrojecidos los arrugados y enjutos párpados de la mujer de Bolina.
Palabra del Dia
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