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Actualizado: 4 de junio de 2025
Al bajar la escalera del restaurant, el viejo soldado se cogió del brazo de mi mujer, con esa perfecta posesion con que un padre ó un abuelo se coge del brazo de su hija ó de su nieta. Lejos de causarme inquietud ó embarazo alguno aquella buena fe cordial y espansiva, sentia veneracion y regocijo.
Á los pies de usted, condesa. ¿Cómo está usted, conde? Los condes respondieron con algún embarazo al saludo de nuestro héroe, que no era otro el joven rubio que venía de Vegalora preguntando por los señores. No procedía solamente este embarazo de la escena violenta que acabamos de presenciar, sino también de que los condes no tenían el gusto de conocer al señorito Octavio.
Al siguiente día de Pascua de Resurrección trató el P. Zea de ajustar las paces y reducir al conocimiento de Dios los Carerás, para limpiar de esta manera el camino de peligros y encuentros con aquellos caribes, que causaban no poco terror á los pasajeros y servían de embarazo á la dilatación de la santa fe.
Hasta se notó que miraba a Bonifacio con mayor respeto que nunca. En efecto; se le había sorprendido muchas veces contemplando al marido de Emma con extraña curiosidad, con una expresión singular, en que nadie podría adivinar ni una ráfaga de burla. Era, en fin, decían todos, la suma discreción. La única vez que Minghetti y Emma hablaron del embarazo, sirvió para tormento de Bonis y del Sr.
Miss Darling, de la que creo que te he hablado en una carta y a quien no esperaba encontrar aquí... ¡Ah! ¿Conoces al personaje que la acompaña? preguntó Carlos a su vez, para ocultar su embarazo. Y Liette respondió sencillamente: Es el conde Raúl de Candore. La familia de Candore no se componía ya más que de Raúl y de su tío...
Francisco Montiño se quedó como quien ve visiones: sabía que su cuñada Genoveva era una cincuentona que jamás había tenido hijos y que había perdido, hacia mucho tiempo, la esperanza de tenerlos; la noticia de aquel alumbramiento inverosímil, había venido de repente sin que le hubiese precedido en tiempo oportuno la noticia del embarazo; por otra parte, la carta en que Jerónimo Montiño se confesaba padre, no podía ser más seca ni más descarnada.
Y, ¡cosa singular! aquel pensamiento de ser comprendido, que siempre me había impuesto verdadero terror antes, no me causaba ni siquiera el más leve embarazo en lo presente.
Y al acercarse a ella, el embarazo de Gonzalo había desaparecido. Parecía que ayer había cenado allí también. Una ráfaga de alegría sopló sobre todos. Cambiáronse palabras y risas. Gonzalo abrazaba a Pablito y le preguntaba por sus caballos. Doña Paula arreglaba la distribución de los cubiertos.
Luciana pronunció este nombre con voz alterada. Tranquilícese usted dije un poco amargamente, todo su desprecio cayó sobre mí. Creyó que las cartas me pertenecían. Luciana no pudo contener un suspiro de alivio. ¡Pobre Elena! dijo con embarazo. Estoy desolada por la contrariedad que le causo a usted. Es algo más que una contrariedad respondí un poco secamente.
Su embarazo era lo mismo que los otros. Debía dejarle en paz. Tenía asuntos más graves en que pensar; estaba desesperado por las injusticias de que era objeto. Nadie hacía caso de la juventud; no la abrían camino... Y después de estas lamentaciones dormíase, mientras Feli, en la obscuridad, se pasaba las manos interrogantes por aquella montaña, motivo al mismo tiempo de alegría e inquietud.
Palabra del Dia
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