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Actualizado: 2 de junio de 2025


Mientras nosotros nos colocábamos en fila á la otra extremidad del salón, hubo algún ruido de refregones de pie y algunos crujidos del pavimento; luego un melancólico silencio reinó de nuevo en el fúnebre recinto. De tiempo en tiempo solamente, se elevaba del canapé un suspiro lamentable que la señora de Aubry repetía como un eco fiel.

La niña se había abrazado con fuerza incomprensible al cadáver de su madre y lo cubría de vivos y sonoros besos. Don Mariano, exaltado de un modo terrible, casi loco, tiraba de ella brutalmente, como si de arrancarla de aquel sitio dependiese la salvación de todos. María, de rodillas en un rincón del cuarto, elevaba los ojos y las manos al cielo, pidiendo la gloria eterna para la difunta.

Estaba el salón de bote en bote, como decirse suele; pero figurando en los bancos de preferencia, inmediatos a la comisión, el señorío, o sea la gente de levita, aunque allí la gastaban casi todos. Abierta la sesión, y después de leída la exposición de razones que se elevaba a la consideración del Gobierno, dijo el presidente: Creo, señores, que en esto todos estaremos conformes.

Soberana y majestuosa paz, unida al recogimiento de la hora vespertina, se elevaba de aquellas diáfanas lejanías al cielo puro, donde apenas de trecho en trecho leves nubecillas, semejantes a copos de algodón, se esparcían tiñéndose de oro.

Y las tres se abalanzaron a la pobre bestia, soltando sus faldas, cuyos bordes barrieron la suciedad del suelo. Doña Manuela, casi arrodillada en el estiércol, sin acordarse de su elegante traje, cogía la cabeza de Brillante, que se elevaba trabajosamente como para saludar a sus amas por última vez.

En torno de ella los amenos vergeles o almuzaras se extendían a lo lejos, poblados de arboledas umbrías, de fuentes murmuradoras, de pájaros parleros. Enhiesta sobre el alminar de la mezquita la media luna elevaba sus cuernos poderosos protegiendo a la ciudad.

¡El capitán Ferragut perfumado!... ¡El capitán oliendo á... pulga! Y elevaba los brazos, mientras sus ojos cegatos buscaban las botellas de caña y las alcuzas de aceite para hacerlas testigos de su indignación. Los dos hombres estaban acordes al apreciar la causa de sus tristezas.

Así se comprende que D. Manuel Guerra, antes citado, diga que, en los autos sacramentales, se granjeó este hombre eminente general admiración, excediéndose á mismo; que su espíritu religioso inflamaba su alma, y su locución, tomando poderoso vuelo, se elevaba como el águila de Ecequiel sobre todos sus contemporáneos y sobre mismo; que tan divinas eran sus invenciones, tan bellos sus pensamientos, tan magníficas sus galas, tan claras sus moralidades, sus sentencias de tan buen gusto, su razón y su fe tan dulcemente unida, y lo útil enlazado á lo bello en tan amigable consorcio, que, á la vez, se quedaba la inteligencia sorprendida y vivamente inflamado el corazón; por último, que el ánimo se sentía lleno, al presenciarlos, de devoción y amor divinos, alegre y humilde, contento é inspirado, y á la par que lisonjeaban los oídos, inspiraban la más santa veneración hacia ese divino sacramento.

Si había sentido un movimiento de alegría á mis primeros pasos en la montaña, fué por haber entrado en la soledad y porque rocas, bosques, todo un nuevo mundo se elevaba entre lo pasado y yo, pero comprendí un día que una nueva pasión se había deslizado en mi alma.

Sobre un fondo claro se elevaba una elegante silueta de niña, cuyo vestido corto dejaba ver las finas piernas y estrechos pies calzados con zapatitos de charol. Recordó que cuando se parecía a aquella chicuela, Juan era su gran amigo. ¡Y qué dulce y complaciente gran amigo! Siempre dispuesto a satisfacer sus deseos, sin cansarse jamás de sus caprichos.

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