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Actualizado: 15 de junio de 2025


Pero, ¿qué hacen ustedes con tanta chuchería, tanto muñeco, tanta silla dorada, que ni para sentarse sirve? Porque, ésta, por ejemplo, de raso o lo que sea, no aguanta el peso de una persona. ¡Qué farsantes son los ricos!

Cuanto más flagrante es el escándalo respecto a alguna «impropiedad» bien dorada, mayor es el aliciente de comer en su compañía, y, si es posible, a su lado. ¡Tal es hoy la tendencia y el modo de ser de la sociedad de Londres!

Pensaba en San Agustín; se le figuraba con gran mitra dorada y capa de raso y oro, recorriendo el desierto en un África que poblaba ella de fieras y de palmeras que llegaban a las nubes. Era, como en la infancia, un delicioso imaginar; otro canto de su poema.

Alzó ella la cabeza con un infantil movimiento de curiosidad, y sonrió, murmurando: ¡Qué precioso!... Y tendrás añadió la voz sugestionadora una cama dorada, con paños de brocatel...; un tocador vestido de encajes..., ¿quieres?...; unas ánforas de bronce llenas de rosas.... Carmen, levemente, como en el éxtasis de un encantamiento, respondía: ....

Concluye de llenar la botella aconseja Belarmino. Es verdad. Pero te aseguro que es la primera vez que hago esto. Ya lo . Van del brazo, por el jardín de asfodelos, envueltos en la niebla dorada del sol, que produce una ilusión evanescente, como si aligerase la gravedad de las cosas materiales. Pero, ¿no estamos soñando? interroga Apolonio, anhelante . Apenas si toco la tierra en donde piso.

Y no habría hablado veinte palabras, cuando ya le dio la noticia, muy confidencial y secretamente, de que la menor de las de Itualde, la beauty del Tandil, tenía un novio en Buenos-Aires, el capitán Pérez... No se sabía eso con certeza; pero había muchos datos para presumirlo. ¿Cómo explicar de otro modo su desvío para con la juventud dorada del pueblo?...

¡Ah! ¿No la has entendido? Pues entonces hay que convenir en que estaba demasiado bien dorada la píldora. No necesitabas tanto. Será porque yo no entienda tanto de píldoras como . Elena se puso roja. Aquella alusión a su nacimiento la hirió en lo más vivo. Hizo un esfuerzo para reprimirse y dijo con calma: Nuestras relaciones, Gustavo, no pueden ni deben continuar.

Entre cuatro grandes cirios, sobre un tapiz fúnebre y tendido en el acolchado fondo de una caja blanca y dorada como aquella que tanto le había seducido, pasó Juanito la noche, velado por su hermano y por Roberto, que de vez en cuando salían al balcón para fumar un cigarro.

No era difícil conocer al primer golpe de vista a las notabilidades de la ciudad: una fila de altos sombreros de felpa, de bastones de roten o concha con puño de oro, de gabanes de castor, todo puesto en caballeros provectos y seriotes, revelaba claramente a las autoridades, regente, magistrados, segundo cabo, gobernador civil; seis o siete pantalones gris perla, pares de guantes claros y flamantes corbatas denunciaban a la dorada juventud; unas cuantas sombrillas de raso, un ramillete de vestidos que trascendían de mil leguas a importación madrileña, indicaban a las dueñas del cetro de la moda.

Cuatro veces sosegó, y otras tantas volvió a su risa con el mismo ímpetu que primero; de lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y más cuando le oyó decir, como por modo de fisga: «Has de saber, ¡oh Sancho amigo!, que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la dorada, o de oro.

Palabra del Dia

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