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Actualizado: 27 de mayo de 2025
En el centro, y cerca del diván, se levantaba una mesa servida con gusto y riqueza exquisitos; pero en lugar de ser sostenida sólo por las patas, cuatro ligeras cadenas la ataban al suelo, para librarla de los vaivenes.
El aire era tibio y embalsamado, el cielo puro, el mar magnífico; y, sin el ligero balanceo que el oleaje imprimía al barco, se hubiera podido creer que se estaba en tierra. Sentado sobre un rico diván, Carlos sonreía a su esposa, que aun tenía una guitarra en la mano. ¡Bravo, bravo, Anita mía! exclamó él , jamás se ha cantado mejor el amor. Es que jamás se ha experimentado mejor, ángel mío.
Adelantose con prontitud el caballero impaciente. Y volvió a reinar el mismo silencio. El joven flaco siguió hojeando el libro de estampas, que era un tratado de indumentaria, sin hacerse cargo del minucioso examen a que le estaban sometiendo las dos señoras del diván. Era casi imberbe, dado que el tenue bozo que sombreaba su labio superior no merecía en conciencia el nombre de bigote.
Freya, tambaleándose bajo el rudo empujón, intentó aproximarse otra vez á él, enlazarse de nuevo en sus brazos, repetir su beso imperioso. ¡Amor mío!... ¡amor mío!... No pudo seguir. La tremenda mano volvió á repelerla, pero tan violentamente, que fué á dar de cabeza contra los cojines del diván.
Hasta las dos de la madrugada jugó al tresillo: cuando la partida se disolvió, estuvo paseando largo rato por uno de los salones; cansado al fin, se recostó en un diván, y no tardó muchos minutos en prenderle un sueño pesado y letárgico. La tensión en que sus nervios habían estado las últimas horas, había terminado por un enervamiento.
En el fondo, una especie de escenario; a la derecha, un diván, tumba de la virtud de las mujeres; a la izquierda, una mesita de te, sin te, y unas sillas.
Medio desmayada se dejó caer Lucía en el diván, cruzando ambas manos sobre el seno izquierdo, que levantaban los desordenados latidos del corazón, y diciendo en voz alta también: Aquí. Estúvose así un rato, sin pensar, sin desear, entregada sólo al placer de hallarse allí, en donde moraba Artegui.
El mismo señor humilde y obsequioso con el que se había tropezado repetidas veces estaba ahora medio tendido en un diván y fumando, como un trabajador que al fin puede descansar unos minutos.
El príncipe vió á Novoa y á Valeria en el mismo diván, continuando su conversación, pero cada vez más abstraídos, fijos los ojos en los ojos, como si estuviesen en un lugar desierto. Llegó cerca de ellos sin que le viesen, y pudo oir un fragmento de lo que decía la acompañante de Alicia.
Y Gallardo, seguro de su buena estrella, con la tranquilidad arrogante de un hombre de fortuna que forzosamente ha de despertar el deseo allí donde fije sus ojos, marchó al Hotel de París, situado a corta distancia del suyo. Tuvo que esperar más de media hora en un diván, bajo la mirada curiosa de los empleados y los huéspedes, que volvieron la cara al oír su nombre.
Palabra del Dia
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