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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Me pareció que ya estábamos unidos, que no había que esperar estos mortales cuarenta y cinco días. No sé lo que daría por que hoy fuese el último de diciembre. Dime, feísima ¿no tienes deseos de llamarte la marquesa de Peñalta, de ser mía, mía para siempre? María se levantó del diván y con gesto desdeñoso, sin mirar a su novio, repuso: Así, así.
Colocó inspectores en todos los mercados para evitar la mala fé en los contratos; no consintió por mas tiempo la tiranía que ejercian sobre los contribuyentes los recaudadores. Se obligó á presentar todos los años al divan una cuenta detallada de sus ingresos y sus gastos.
Dio tres o cuatro pasos en falso, giró como un trompo, y fue a caer en un diván de hule, donde Miquis le mojó la cara. Capítulo XII Escenas Protesto con toda mi energía de ser racional y libre, declaro absurdo y necio el deber de vivir. No hay tal deber.
Y como Freya, en vez de marcharse, se dejaba caer de nuevo en el diván con un desaliento que parecía desafiar su cólera, fué él quien huyó para dar fin á la entrevista. Se introdujo en su camarote, cerrando la puerta de golpe. Esta fuga la sacó á ella de su inercia.
Quiso exteriorizar su desesperación y murmuró, señalando á la otra mujer medio ebria que dormitaba en el diván: Así seré yo dentro de poco. Se obscureció su rostro, como si pasase sobre él la sombra de sus últimas horas, y bajando las pupilas añadió: Y luego morir. Robledo permaneció silencioso. Había sacado disimuladamente su cartera de un bolsillo interior y contaba papeles debajo de la mesa.
Y separando nuevamente los brazos que le aprisionaban y sonriendo sarcásticamente, retrocedió algunos pasos y se fue. Clotilde le miró estupefacta: después cayó desmayada en el diván.
No sé a qué insultos ni a qué disimulos te refieres replicó la dama con afectación. Pepe intentó con mimo y dulzura quitarle de nuevo el sombrero. Ella le detuvo con gesto imperioso. Tomóla entonces por la cintura y la condujo hacia el diván. Sentóse, y cogiéndole las manos se las besó repetidas veces con apasionado cariño. Ella siguió en pie sin dejarse ablandar.
Entretanto los sabios, consejeros, wazires y taalies, reunidos en el diván, se decían, en voz baja, unos a otros: "¡Qué diablos quiere el Sultán!
Los amantes se alojaron en un extremo, como si viviesen en una casa aparte. Una de las puertas era sola para ellos. Ocupaban un gran salón, rico en molduras y dorados y pobre en mueblaje. Tres sillas, un diván viejo, una mesa cargada de papeles, de artículos de tocador, de comestibles, y una cama algo estrecha en uno de los rincones, eran todas las comodidades de su nueva instalación.
Había perdido la costumbre de trasnochar, y como no quería volver a su casa, buscaba los cuartos sin luz, dormitando en un diván. Si llegaba una visita y había que encender luz, Maltrana era despertado como un perro, y sacudiendo las aletas del abrigo pasaba a otro cuarto o se iba a la calle, procurando terminar el sueño en la casa de algún amigo. Apenas comía.
Palabra del Dia
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