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Actualizado: 26 de mayo de 2025
-Y, dígame vuestra merced, señor don Álvaro, ¿parezco yo en algo a ese tal don Quijote que vuestra merced dice? -No, por cierto -respondió el huésped-: en ninguna manera. -Y ese don Quijote -dijo el nuestro-, ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza? -Sí traía -respondió don Álvaro-; y, aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.
Teneyro... ¡Qué par! Si querrá también hablar... Dígame usted otra cosa, ¿quién es ese señor <i>Preopinante</i> de quien todos hablan tan mal? El <i>Preopinante</i> es el que ha hablado antes. Dígame usted. Y cuando tengamos rey, ¿Su Majestad vendrá también a predicar aquí? No lo creo. ¿Y en qué consiste eso que dicen de que con Cortes hay libertad?
Adivinó que el profesor hembra le traía buenas noticias, a juzgar por la expresión alegre de su rostro; pero antes de que se enfrascase en su relato y tal vez en la manifestación de sus tiernos sentimientos, quiso satisfacer la propia curiosidad. -Dígame, doctor: ¿Momaren tiene una hija? Al oir estas palabras, Flimnap perdió su alegre gesto.
-Ni yo tampoco de las de vuestra merced -replicó Sancho-, siquiera me hiera, siquiera me mate por las que le he dicho, o por las que le pienso decir si en las suyas no se corrige y enmienda. Pero dígame vuestra merced, ahora que estamos en paz: ¿cómo o en qué conoció a la señora nuestra ama? Y si la habló, ¿qué dijo, y qué le respondió?
Tenía una expresión tan confusa, que Liette vino en su ayuda: Nada más sencillo, caballero; dígame usted las iniciales. La empleada buscó en la casilla correspondiente y retiró dos cartas de una elegante letra inglesa y sello de Londres, que él hizo desaparecer prestamente en el bolsillo de la americana como si tuviera prisa por sustraerlas a aquella cándida mirada.
Esto es todo lo que acepto de usted, tiíta; dígame, ahora, cuanto se le ocurra: todo lo merezco, hasta que me arrojen a puntapiés a la calle, porque soy muy culpable, más de lo que usted cree, quizá... No sé, yo quería ser rico, pronto, pronto, y no pasar la vida trabajando, para comer pan negro de viejo, como sucede casi siempre... ¡Luego, mi amor por Susana! yo me decía: Si me hago millonario, ni los Esteven se opondrán, ni en casa me harán la guerra: el rico es libre y el dinero todo lo allana.
¡Ah! ¡conque hemos llegado! ¡pues me alegro! quitáos de delante no tropiece con vos, licenciado Sarmiento, que lo sentiría por lo que de mí se os pudiese pegar, y dígame vuesa merced, si no le enoja: ¿se han acordado de poner cama? Aquí os quedaréis dijo el alcalde. Sea por minutos, amigo. Y como no me contestáis y os despedís, id con Dios. Que Dios os guarde.
Cuando ya no quedaba del árbol una sola hoja, Meñique fue donde estaba el rey sentado junto a la princesa, y los saludó con mucha cortesía. ¿Dígame el rey ahora dónde quiere que le abra el pozo su criado? Y toda la corte fue al patio del palacio con el rey, a ver abrir el pozo.
El colonizador permaneció impasible, encontrando, sin duda, inoportunas estas gracias pueriles, y Elena tuvo que continuar hablando con gravedad. A ver explíquese usted. Dígame cuáles son sus planes para sacar á mi marido de aquí, llevándolo á esas tierras lejanas donde vive usted como un señor feudal.
Dígame, Alain, ¿tiene usted un cuchillo? ¿Un cuchillo? repitió la señorita Margarita con el acento de la sorpresa. Sí, déjeme, déjeme hacer. ¿Pero qué pretende usted hacer con un cuchillo? Pretendo cortar una rama dijo el señor de Bevallan. La joven lo miró fíjamente. Creía murmuró que iba usted á echarse á nado.
Palabra del Dia
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