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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Si no, dígame ahora: si acaso en muchos días no topamos hombre armado con celada, ¿qué hemos de hacer? ¿Hase de cumplir el juramento, a despecho de tantos inconvenientes e incomodidades, como será el dormir vestido, y el no dormir en poblado, y otras mil penitencias que contenía el juramento de aquel loco viejo del marqués de Mantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora?

Mientras hablaba, anduvo buscando algo en un cajoncito de la pequeña mesa-escritorio, y por fin sacó un objeto, añadiendo con profunda solemnidad: Usted conocía a Blair íntimamente, más íntimamente que yo, tal vez, en estos últimos años. Conocía a sus enemigos como también a sus amigos. Dígame, ¿ha tenido oportunidad de ver alguna vez el original de cada uno de estos hombres?

Porque... tengo ciertas inquietudes.... quiero hablar con Juan... Dígame a ... Sería inútil; Juan será claro; quiero hablar con Juan. ¿Con Juan? protestó la joven alarmada. ¡No, padre, se lo ruego, no le hable de Huberto a Juan! ¡Para qué!... ¡Qué puede él saber!... Es hombre de buen consejo y necesito saber cosas que él solo... ¿Son las ocho? Anda, ve si ha llegado.

Ahora, don Diego, dígame si le amo, porque usted tiene más experiencia que yo y no se puede equivocar. Yo no soy más que una pobre ignorante, pero usted debe recordar si es así como le amaban en París. Esta confesión ingenua descendía como un rocío matinal sobre el corazón de don Diego.

Mañana, si a mano viene, se mudan ustedes, y el que tome el cuarto, como vea la cal fresca, pide más obras. No podemos. El mes pasado me gasté más de veinte mil reales en reparaciones. Conque, despácheme, que tengo prisa». ¿Pero se ha vuelto usted cohete? Siéntese un momento. Dígame una cosa... No tengo que decir cosas. Que me voy... ¡Ay qué pólvora de hombre! Mire que así va a vivir poco. Mejor.

Luego pasó a la sala, seguida de doña Lupe, que quería meter baza a todo trance: «Tendremos sumo gusto en venir mañana. Aprecio mucho a Mauricia, que a no ser por el maldito vicio, sería una buena mujer, trabajadora, fiel... Y dígame usted: de noche habrá que velarla. Yo no tendría inconveniente en quedarme alguna noche; y si no, mi sobrina...». Dios se lo pague a usted... Se acepta, se acepta.

Algo, no obstante, de ese anhelo debió percibir en mis ojos, porque se levantó riendo: Los dejo para que hagan las paces. ¡Maldito bicho! murmuré, ya tranquilo cuando se alejó. ¿Por qué? ¿Qué le ha hecho? Dígame, María Elvira exclamé ¿le ha hecho el amor a Vd. alguna vez? ¿Quién, Ayestarain? , él. Me miró titubeando al principio. Luego, plenamente en los ojos, seria: me contestó.

No; quédese ordenó ella . Tiempo tengo de acordarme de él... Hablemos... Dígame esas palabras bonitas que usted sabe decir y que parecen de comedia: exageraciones, mentiras, cosas de hidalgo que habla de morir si no lo aman.

Y aun cuando este ardid infame tuviera éxito, aun cuando tuviese la debilidad, que ciertamente no tendré, de entregarle mi persona, y lo que le importa más, mi fortuna, en cambio de ese bello rasgo de astucia, ¿qué especie de hombre es usted? Dígame, ¿de qué fango ha salido, para querer una fortuna y una mujer adquiridos á ese precio? ¡Ah! hasta gracias debe darme de que no acceda á sus deseos.

¡Oh! , los arrastrados... Siempre gritando, disputando y pegándose... No puedo con ellos... Mejor estaría en el hospital... pero dejarlos solos... La voz de Elena continuó con gran dulzura: Podríamos colocarlos en alguna parte mientras esté usted enferma... ¿Dónde quiere usted que los metamos? Dígame lo que desea.

Palabra del Dia

condesciende

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