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Su noble cabeza jamás reposa tranquila sobre mi seno. Ya no me ama. Me juzga indigna de su cariño. PRATYAPATI. No te atormentes, ¡oh Gopa! Sidarta te ama. Para él eres el ser predilecto entre todos los seres. Pero de amor nace su pena. Amor es su martirio. Amor le devora, creando en su alma una piedad infinita, que no consiente ni deleite, ni goce, ni paz tan sólo.

Vi primero el pueblo de Badillo, miserable como casi todos los de las orillas del bajo Magdalena; despues el caserío lamentable de Las-Pailas, donde el sol devora y las serpientes abundan como las hormigas; mas abajo la Bodega del vecino distrito de Puerto-nacional, el sitio mas ardiente de todo el Magdalena, y por último, para completar el cuadro del dia, la aldea de Regidor, donde nos esperaba una singular escena de costumbres nacionales y de contrastes en extremo románticos.

La energía indomable del doctor Vargas lo salvó; pero, cuando salió de la lucha, la juventud había pasado, y sólo quedaba en el alma un cariño inmenso por los que sufrían lo que él había sufrido. Siempre he mirado con un supremo respeto al distinguido escritor colombiano que tiene, como Prometeo, la cadena que lo aferra y el buitre que lo devora, sin que su espíritu decaiga un instante.

Mirad ésto; faltan las pechugas... mirad aquéllo, y señaló en un rincón un pedazo de perdiz, junto á la cual estaba echado, impasible, un gatazo rodado. El Chato devora cuanto halla, porque es un gato pobre, y no ha querido ese pedazo de perdiz. Los animales conocen la muerte. ¡Que Dios tenga piedad de la reina! ¿Y qué hacer?

Las barrancas de las dos orillas, cortadas y desnudas; la vegetacion mediana y sin elegancia; el sol ardiente que sufoca y devora; la regularidad del trayecto; las plagas infinitas de insectos voladores que hacen salir la sangre envenenada por cada picadura, y la increible multitud de enormes iguanas y lagartos que se arrastran por entre los tostados matorrales de las orillas, todo eso contribuye á entristecer al viajero durante las tres primeras horas de navegacion.

5 Y he aquí otra segunda bestia, semejante a un oso, la cual se puso al lado, y tenía tres costillas entre sus dientes; y le fue dicho así: Levántate, devora mucha carne. 10 Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él: el Juez se sentó, y los libros se abrieron.

Quedamos yo y la mujer, que no sal ya de la cama; los hijus, entre casaus y ausentis, lo mesmu que si no los tuviera; y a no me alcanza el tiempu pa con el quehacer que me dan los cuidaos ajenus... Porque, créame usté, señor don Marcelu, lo que pasó con el moriu que me ha vistu usté levantar, pasa aquí con las mil y quinientas a ca hora del día y de la nochi; y si no juera por el Tarumbu, créame usté don Marcelu, créame usté y no lo tomi a emponderancia: si no juera por el Tarumbu, la metá del vecindariu de Tablanca andaría por estus callejonis devorá por la jambre y en cuerus vivus.

Adora la carrera militar, que es la de su padre: ¡pero esa guerra contra la Prusia devora tantos y tantos jóvenes! y además, la carrera de las armas es mortal de necesidad para la juventud inocente. Mi madre vuelve a la ciudad el 25 de diciembre de 1806. He aquí lo que se lee en su diario del 2 de enero de 1807: 2 de enero.

Si no aparece cada poco tiempo un libro nuevo en los escaparates de los libreros, pensamos con terror que se nos va a olvidar, sin prever que ése es el medio más seguro para ello; porque ese público cuya atención anhelamos cautivar a toda costa es un Saturno que devora nuestros pobres libros sin digerirlos: es igual que le den a mascar carne de dioses o piedras berroqueñas.

El vacío infinito permanecería mudo, impasible, pues no devuelve nunca nada de lo que devora. Nunca, ni lágrimas ni súplicas, han podido tornar a la vida lo que ha muerto. No hay perdón, no hay remedio; tal es la ley cruel de la vida. , aquello había muerto. El mismo había sido su asesino.