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El ingenio y el valor unidos triunfaron de todo: mal disfrazado á propósito y con poca cautela, despachó Martin Alonso á Córdoba un hombre avisando que viniesen sobre los moros la noche siguiente, y brindando á sus caballeros con una grande y fácil carnicería: salió bien la traza, porque el correo fué hecho prisionero, y temiendo por su declaracion el rey de Granada verse envuelto al otro dia por un ejército auxiliar, que en realidad no existia, resolvió apresuradamente aprovechar el tiempo que le quedaba para dar al lugar una embestida decisiva.

Tras esto, quedaron los dos en silencio, como si el recuerdo de la esposa de Sánchez Morueta hubiera hecho pasar entre ellos algo que helaba las palabras y cohibía el pensamiento. Aresti se levantó para subir al despacho de su primo. Por la escalera no dijo el capitán. Sube por ahí: es la escalerilla interior y llegarás más pronto. Hasta luego: yo también soy de la cuchipanda.

Apenas oyó Paz el ruido de los pasos de Pepe, fue al despacho. No nos van a dejar solos más que unos minutos: Papá está concluyendo de vestirse: dime lo que hay, pronto. Me voy mañana. ¿No hay esperanza de evitarlo? Ninguna: mañana, sin falta. ¿Y tu madre? Todo ha sido inútil: se queda en el convento. ¿Y tu padre? Esta tarde le llevo a casa de mi amigo Millán. ¿Es cosa resuelta? .

Yo mato aún con limpieza una liebre cuando se me antoja, y pienso festejar mis bodas de oro con mi despacho cuando la señorita Raynal festeje las de plata con la oficina de Correos. Al oír este nombre, un fugitivo rubor coloreó la graciosa cara de Eva. Tiene usted una encantadora vecina dijo con convicción. ¿A quién se lo cuenta usted, señorita? exclamó alegremente el señor Neris.

Don Víctor le recibió en el despacho. Estaba el amo de la casa en mangas de camisa, como solía en cuanto llegaba el verano, aunque no tuviera mucho calor. Para él venían a ser ideas inseparables el estío y aquel traje ligero.

Debían hablar de la reunión en Caulina: la noticia había llegado desde el campo a la ciudad. Varias veces, al quedar solo Dupont en su despacho, el empleado sintió tentaciones de entrar... pero se contuvo. No: allí no. Necesitaba hablarle a solas. Conocía su carácter arrebatado. La sorpresa le haría prorrumpir en gritos, oyéndole todas las gentes del escritorio.

Los únicos accidentes domésticos que tuve ocasión de presenciar fueron propios de la estación, que turbaban la simetría de las costumbres; como, por ejemplo, un día de lluvia que modificaba las disposiciones adoptadas contando con el buen tiempo. En días tales, Domingo subía a su despacho.

Quedó contentísimo Andronico de que los Catalanes le hubiesen obedecido, y alabándoles por cartas su puntualidad en cumplir sus órdenes, les hizo saber como los movimientos de Bulgaria con solo la fama de que venia el ejército de los Catalanes se sosegaronEsto es lo que dice Montaner; Pero Pachimerio parece que refiere con más verdad la ocasion que tuvo Andronico en este segundo despacho de decir que ya estaba todo sosegado; porque Miguel Paeologo su hijo á persuasion de los Griegos ofendidos, y de los soldados de otras naciones que tenia en su servicio, que como inferiores en número y valor temian á los Catalanes, escribió á su padre Andronico que no queria que Roger se juntase con su ejército, porque temia guerras civiles, y que la insolencia de los Catalanes no la pudiera sufrir, si con la misma libertad que en Asia habian de proceder y vivir, y que Gregorio cabeza de los Alanos estaba con él ofendido por la muerte de su hijo, y que viendo á Roger y á los suyos, sería ocasion de algun gran rompimiento.

Cuando el joven Heredia se acercó al despacho del ferrocarril minero que enlaza el puerto de Sarrió con la villa de Lada, solicitando un billete de primera, el expendedor le clavó una mirada honda y escrutadora, y le examinó detenidamente de la cabeza a los pies, preguntándose con curiosidad: ¿Quién será este joven?

Contó la duquesa al duque lo que le había pasado, de lo que se holgó mucho, y la duquesa, prosiguiendo con su intención de burlarse y recibir pasatiempo con don Quijote, despachó al paje que había hecho la figura de Dulcinea en el concierto de su desencanto -que tenía bien olvidado Sancho Panza con la ocupación de su gobierno- a Teresa Panza, su mujer, con la carta de su marido, y con otra suya, y con una gran sarta de corales ricos presentados.